Berta Weber

Ettlingenweier, Alemania, 9 de julio de 1904

Buenos Aires, Argentina, 4 de junio de 1988

Decir Hermana Berta Weber es como recitar un poema a la vida, es encontrarse con una figura diminuta que alcanzó grandes alturas, es mirar un rostro joven iluminado por dos ojos de cielo, es sentirse motivado a gastar la existencia por un ideal distinguido con nitidez y seguido con la constante fidelidad de Aquel Amado que llama misteriosamente…

Si bien su larga vida echó raíces en nuestras tierras australes, Berta había nacido en Alemania en una familia muy cristiana. Su papá, Germán, era agricultor y su mamá se llamaba Magdalena Kappenber-ger. Ignoramos cómo pasó sus primeros años pues, según dicen las Hermanas que vivieron con ella, no hablaba mucho de su infancia. Con todo, sabemos por sus breves relatos que era la menor de la familia y que había quedado huérfana de madre a los pocos años, que sabía esquiar: recordaba con gran cariño su Selva Negra. Decía que una vez mientras esquiaba se cayó y no pudo levantarse enseguida. Cuando regresó a su casa, a causa del frío sufrido, se enfermó de pulmonía. Se sanó por intercesión de Santa Teresita (Este dato nos lo ofreció Sor Teresa Battaglin).

Recibió el llamado de Dios cuando todavía estaba en Alemania y compartía sus veinte años con un tío religioso en cuya casa vivía y un hermano mayor, que también había elegido la vida sacerdotal y se había ordenado sacerdote salesiano. “Yo estaba bien – contó muchos años después la Hna. Berta – pero no me sentía contenta, no estaba conforme con todo. Me sentía como angustiada, quería darle otro sentido a mi vida. Entonces consulté a mi hermano y él conversó mucho conmigo porque yo no sabía bien qué quería. Me aconsejó la vida religiosa y entonces yo le hice caso… él tenía razón…”.

Su decisión estaba tomada. Ingresó en el Aspirantado de Eschelbac el 2 de febrero de 1927. Hizo el noviciado en Casanova los años 1928 y 1929. Éste era un noviciado misionero e iban a él las novicias que deseaban trabajar en las misiones: indudablemente Sor Berta respondió con totalidad al llamado divino: fue religiosa y misionera. Profesó el 5 de agosto de 1929 y en diciembre de ese mismo año la encontramos en tierra de misión: Punta Arenas. Sor Berta parecía realmente una muñeca. El capitán del barco donde habían viajado las misioneras, refiriéndose a ella le dijo a la entonces Madre Inspectora Sor Amina Arata: “¡¿Cómo mandan Hermanas niñas a estas tierras?!”.

Es que su físico representaba muchos menos de sus 25 años cumplidos. Pero la experiencia demostró enseguida su madurez, destacándose por ella en el grupo de jóvenes misioneras.

En esa casa, entonces inspectorial, la Madre Amina les procuró capacitación para la vida activa; entre otras cosas, todas las llegadas estudiaron música. Al comenzar el período escolar se incorporaron a la tarea educativa, pero Sor Berta quedó destinada a seguir perfeccio-nándose en música. Cuando en una oportunidad, muchos años después, le preguntaron cómo era en ese tiempo Punta Arenas, la Hermana Berta elevó los ojos como buscando un recuerdo en el tiempo, sonrió y dijo: “Y, Punta Arenas… había mucho viento en ese tiempo. Yo me acuerdo sobre todo del viento que levantaba las piedritas y me golpeaban la cara, me hacía doler; pero había mucho trabajo en el Colegio y yo era joven. Era lindo. La gente muy buena, cariñosa”.

Y si aquel primer contacto con el viento de la Patagonia le llamó la atención y quizás se le hizo extraño y fastidioso, la Hermana Berta tuvo que asimilarse a él, porque sus cincuenta y nueve años de vida religiosa transcurrieron en esta parte de América del Sur.

Su próximo destino misional fueron las Islas Malvinas, más precisamente la capital de las islas llamada Puerto Argentino después de la gesta de 1882, pero que sus habitantes continúan nombrando Puerto Stanley. Allí la Hermana Berta pasó once años de su vida ejerciendo la docencia en el colegio al que asistían las niñas de la pequeña comunidad católica residente. “En Malvinas – relata Sor Berta – yo enseñaba labores a las chicas. Tenía muchas alumnas, también algunas señoras que querían aprender y venían. Me mandaron porque se necesitaba gente que hablara inglés y como mi lenguaje materno es el alemán, a mí me resultaba fácil y me pude desenvolver bien. No había muchas religiosas de la Congregación que hablaran inglés. Éramos cinco Hijas de María Auxiliadora… ahora ya todas se fueron al cielo. Yo soy la única que vive todavía, por la gracia de Dios”.

En una relación que Sor Berta escribió en el año 1976 sobre la vida de las Hermanas en las Malvinas, encuentro algunos datos que pueden dar más luz a su itinerario misionero: “Teníamos escuela Primaria. Se enseñaba, además, catequesis a los pocos niños católicos (unos 10 o 15), piano, dibujo, pintura, bordado… Atendíamos la Parroquia que era también nuestra capilla, hacíamos la comida para el Padre y atendíamos su ropa. Una vez al año, en las vacaciones, íbamos a visitar a las familias; la gente apreciaba tanto esta visita, que no salían de su casa para no perder la visita de las Hermanas y cuando por la guerra (Segunda Guerra Mundial) dejamos las Islas, lo sintieron muchísimo. Salimos el 4 de junio de 1942, era día de Corpus Christi. Las señoras que nos acompañaban lloraban desconsoladamente. En ese día Sor Ussher cumplía 33 años de su llegada a las Malvinas. Después de un viaje muy borrascoso llegamos a Punta Arenas el 10 de junio, cuando ese viaje se hace en tres días”. Se nota por todo lo expresado que estos once años dejaron profunda huella en el corazón de nuestra Hermanas; de ahí que sufriera tanto el año (1982) de la guerra en las Malvinas.

Poco después la encontramos en San Julián, donde permaneció seis años, algunos de los cuales los compartió con una de sus compa-ñeras de profesión, también misionera, Sor Ángela Bernascone, a quien debemos los datos de su arribo a Punta Arenas y de su entrenamiento para la vida misionera. Ella también nos dice que en San Julián S. Berta se desempeñaba como maestra de música y de primer grado con mucha eficiencia, que era muy querida por las alumnas y muy apreciada por los padres de ellas, tanto, que aún hoy la recuerdan.

Después le tocó recalar en Río Grande, a la que consideró su ciudad porque se quedó en ella hasta el fin de sus años. Otras Hermanas habían estado antes en la Misión. Ella no, pero de todas maneras conoció a algunas indias shelknam y cuando las recordaba se reía y decía: “Eran graciosas”. Narraba esta anécdota: “Las indias de la Misión no eran como nosotros, quiero decir, que tenían otro modo de ver las cosas y de ver a las personas. Una vez había en la Misión dos Hermanas. Una usaba lentes y las indias le decían: ‘Ojo-vidrio-ventana’ porque hablaban con dificultad. Esa Hermana bordaba maravillosa-mente en seda. Le gustaba mucho hacerlo, por eso se levantaba muy temprano, hacía todos los trabajos rápido y después se sentaba a bordar. Yo recuerdo que a las indias eso que ella hacía no les parecía trabajo. Creo que pensaban que era como un juego, no comprendían el sentido de una labor tan delicada. En cambio, la otra Hermana era delgadita, nerviosa y estaba continuamente en actividad, le gustaba todo el trabajo de movimiento: barrer, baldear, la pala, amasar; ella todo el tiempo necesitaba moverse. Las indias le decían: ‘Huesito-solo’ por lo flaquita, y que ‘Huesito-solo’ buena mujer, trabajadora, fuerte’. Eran graciosas las indias, buenas personas, aunque a veces también peleaban entre ellas y hablaban en su lenguaje que no se entendía.

En Río Grande S. Berta cumplió sus ochenta años y, naturalmente, le hicieron una gran fiesta. Gracias a este acontecimiento se hizo un álbum recordatorio integrado por fotos, pantallazos de la actividad desarrollada por nuestra Hermana en esta ciudad ríofueguina.

En una foto de 1948 la vemos con la Hna. Directora Luisa Rosso y una veintena de niños y niñas de Primera Comunión. En otra de 1953, con la Hna. Clotilde Coelho y un grupo de internas. De 1955 es otro grupo fotográfico con treinta pupilas y las Hnas. Luisa Rosso y Teresa Battaglin. En 1957 ese grupo se ha agrandado: son 76 chicas entre internas y externas; posan con ellas nuestra Hna. Berta y las Hnas. L. Rosso, M. Rosa Zunino y Teresa Battaglin. En 1960 aparecen bien formadas en un patio cubierto 155 alumnas y con ellas Sor Berta, la Hna. Directora Antonia Brera y las Hnas Battaglin, Zunino y Simeoni.

Dando un gran salto en el tiempo, encontramos fotos de 1981: Sor Berta como un signo de luz junto a un ventanal con macetas de flores; en un pequeño jardincito junto a Sor Navarro María Azucena y a Sor María Elvira Lorences; compartiendo la mesa con la Hna. Directora Gracia Privitera y las Hermanas de su comunidad.

A continuación aparecen varias fotos del año 1982 y luego, numerosas, las de la gran fiesta de sus ochenta años, realizada el 9 de julio de 1984. Siempre al lado de la Hna Directora Gracia Privitera, la encontramos con la Comunidad, en la Misa parroquial, en la capilla del Colegio, escuchando la felicitación de las exalumnas y conocidos, recibiendo un ramo de flores del Intendente, Sr. Esteban Martínez, el saludo del Señor Martín Torre, Diputado Nacional, del Sr. Alvarado, Tesorero Municipal, de la Sra. Carmen Valencia de Chedresse, Directora de la Escuela Nº 14 y de varias señoras Exalumnas del Colegio. Siguen las fotos de los regalos, de la torta, del ágape fraterno y en el álbum que nos presta tan rica documentación cierra el tema de los ochenta años el siguiente escrito:

“Hermana Berta: Sentimos por usted lo más tierno que puede nuestro corazón. Le hablamos con unción como se habla a una nívea flor, más que eso, a un jardín de virtudes donde fructifica más que nada, la sencillez, la modestia y la ternura que nos enseñó. Por ello es que venimos a saludarla y traerle desde nuestra lejana niñez la bondad de nuestro abrazo y mejores deseos de salud y felicidad” (Esteban Martínez – Intendente 1984 – Alumno de la Hna. Berta en 1er. Grado)

En el año 1988 un periódico local, “Tiempo Fueguino”, publicó el jueves 28 de enero un artículo dedicado a los viejos pobladores de Río Grande, que tituló “Ayer y hoy”. Es un reportaje a la Hna. Berta, “vieja pobladora” de esa ciudad. Entre otras cosas, el artículo hace referencia a la “Distinción del Divino Maestro” por ella recibida:

“La edición de la revista CONSUDEC del segundo miércoles de enero de este año dedica parte de una nota a la Hermana Berta. Es que ella, conjuntamente con un grupo de religiosas y laicos, fue distinguida con la Distinción del Divino Maestro que otorga el Consejo Superior de Educación Católica”. Después de indicar los años de trabajo en el sur patagónico, la describe: “Laboriosa, silenciosamente laboriosa y alargada hacia los demás en un ejercicio natural y permanente del don de gentes, del trato digno y amable, del testimonio callado pero elocuente y sonriente, expresados en sus entusiastas clases de catequesis y en una cuidadosa enseñanza de la música y de otras disciplinas”.

Más adelante el artículo del periódico fueguino se refiere a los alumnos y a las actividades de Sor Berta en Río Grande:

“Berta Weber, como todas las Hijas de María Auxiliadora, es docente. Y como tal, cuenta en su haber con una miríada de recuerdos sobre sus alumnos y alumnas, sobre el colegio, su crecimiento, los actos, el trabajo de todos los días. ¿Quiénes fueron sus alumnos? – le preguntamos. Recordar no es fácil. Fueron veinte años al frente de la salita de Jardín de Infantes, que por entonces era la única y a la que concurrían también varones. Piensa un ratito llevando una mano a la frente y nombra a algunos: Chiquito Martínez venía al Jardín y también Gutiérrez… Mingo Gutiérrez, que antes vivía acá enfrente. Él se cruzaba a cada rato. Yo estuve muchos años con el Jardincito. Me gustaba mucho estar con los chiquitos porque son muy alegres… De pronto la Hermana se detiene y piensa en silencio. Enseguida pregunta si Chiquito Martínez es el Intendente.

Sus labores docentes en los últimos años incursionaron en la música y la dactilografía. Lo hizo hasta el año pasado (1987), cuando algunos problemas de salud la obligaron a tomar un descanso. Pero se apresta a continuar “si Dios me da fuerzas”… “Yo tenía tres turnos de chicas de máquina – explica sin dejar de tomar en sus manos el grabador – uno a la mañana y después dos a la tarde. Las chicas vienen y les voy dando los ejercicios que tienen que hacer. Después los corrijo, porque hay que corregirlas mucho para que aprendan bien, ¿no?... Y ellas se van corrigiendo y así se preparan. Las chicas de ahora son buenas, atentas, gentiles. A mí me gusta mucho la manera de ser que ellas tienen. Son alegres también. Bueno, y siempre yo en el ratito de descanso les hablo un poquito de las cosas de Dios, leemos alguna hojita dominical o conversamos. Acá siempre hacemos catequesis…” agrega con una sonrisa en sus labios.

Su otra vocación, desde siempre, fue la música. “Pero ahora casi no canto”, dice Berta Weber. Sin embargo, ¿quién no ha visto su pequeña figura deslizándose prestamente por la nave de la iglesia de San Juan Bosco, ni bien empieza a rezarse la Misa de los domingos, y sentarse al armonio, casi diluida sobre el teclado, acompañando con música y voz el coro de los feligreses? ¿Y quién no la ha visto al finalizar, cuando casi se cierran las puertas de la iglesia, levantarse de la banqueta con una intensa expresión de alegría y como con ganas de seguir?

Pero las labores, la educación de las jóvenes, la catequesis, la música y la oración no son las únicas actividades que atraen a esta mujer de singular vitalidad: “Muchos años degustaba el jardín – dice señalando la ventana que da a un patio interior -. Yo tenía muchas flores, dalias y también verduras. Me gusta ver cómo crecen las plantas, cómo van saliendo las hojas y las flores… Antes – dice de pronto, como transportándose al recuerdo – esto era muy chiquito. El edificio era del alto de las ventanas, ¿saben?... Porque se fue edificando de a poco. Se tuvo que edificar a medida que el colegio tenía que recibir más chicas, porque cada vez vivía más gente por acá… ahora esto es muy grande”.

La Hermana Elena Calvi, Directora de la comunidad de la Hna. Berta, acota otra actividad largamente desempeñada por nuestra Hermana: “Quizás es una tarea que no trasciende tanto, pero muy importante: el economato. Es decir, que durante mucho tiempo la Hna. Berta fue el “ministro de economía” de la Congregación en Río Grande. La que llevaba el control y hacía las compras. No teníamos automóvil, así que iba caminando nomás…”. “…Sí – continúa la Hna. Berta – a La Anónima, a cualquier parte, donde se conseguían los mejores precios, ¿no?... porque había que buscar, igual que ahora…”

Cuando le anunciamos que vamos a apagar el grabador y le agradecemos el lindo momento compartido, Berta Weber retira sus manos del pequeño aparato electrónico y dice: - Ah, sí, sí, gracias y… hasta la próxima”.

Le retribuimos el deseo: ojalá que haya una próxima vez para ir de su mano, despacito, encontrando recuerdos y personas del Río Grande que ella, con muchos otros, hicieron posible”.

Por todo lo escrito anteriormente algo podemos vislumbrar de la grandeza de Sor Weber, pero no puedo silenciar en este homenaje a su figura el tema de su familia. Entre sus documentos íntimos aparece la copia de un Poder individual que nuestra Hermana, residente en San Julián, concede al Sr. Federico Kaiser, hacendado de Ettlingenweir para representar en la herencia del hacendado Hermann Weber fallecido el 24 de diciembre de 1946, documento que nos ubica en esta pérdida sufrida a distancia. Y me complace subrayar, de acuerdo a los testimonios oídos y leídos sobre su persona, que era muy expresiva de sus sentimientos con los familiares. En los viajes que hacía a Alemania, como misionera que era, podía explayarlo con sus hermanos y sobrinos. Además mantenía desde aquí frecuente correspondencia con una hermana residente en Suiza, con sus sobrinos de Alemania y con los que tenía en Estados Unidos. ¡Cuánta era su alegría cuando recibía cartas y fotos de los suyos!, alegría que comunicaba a los que la rodeaban. Conservó numerosas fotos que marcan el crecimiento de las nuevas familias y las actividades de su hermano sacerdote.

Como educadora se distinguió por su espíritu salesiano: corazón tierno, abierto y comprometido. En su libreta espiritual leo: “En la educación ser optimista. A su tiempo los sacrificios fructificarán”. Y más adelante: “Dejar libertad a las niñas. No sorprenderlas. Si faltan al silencio en la fila, no bajarles la nota. Lo importante es que se oiga lo que dicen”. Y refiriéndose a las publicaciones y revistas escribe: “Para las niñas, la revista Primavera. Nuestra pureza debe ser la de Don Bosco”. Escribe también: “Nuestras Asociaciones son para las niñas y las salvan de peligros; hacerlas trabajar… En la asistencia debemos trabajar en nuestra santificación; los sacrificios que impone, hacerlos para adelantar en la perfección”. Y varios renglones después: “Decir una buena palabra a las niñas”. “Corregirlas, no retarlas. Cuando se encaprichan nosotras debemos adelan-tarnos y hablarles con bondad, buscarlas”.

Las Hermanas que vivieron con la Hna. Berta y escribieron sus testimonios coinciden en subrayar su piedad, desbordante de amor y recogimiento, su caridad fraterna y comprensiva, su espíritu de sacrificio y tenacidad a toda prueba, su pobreza, su alegría, su ininterrumpida y ordenada actividad, su constante entrega al apostolado.

“Donde está la Hermana Berta no hay nunca problemas con las pupilas”, comentaban algunas de ellas. Siempre estaba pronta a alegrar a la comunidad con sus chistes y sus anécdotas. Una Hermana recuerda la siguiente, que le había acontecido en sus primeros años de Río Grande: “Salía de la Parroquia – cuenta Sor Berta – donde ese domingo había tocado el armonio y cantado con las Hermanas y chicas. Se me acerca un joven chileno y me dice:

- Si usted quiere, podemos casarnos y formar una orquesta; usted toca el piano y yo la guitarra.

- Disculpe, yo soy religiosa consagrada a Dios; yo no me caso.

- Perdone; yo pensaba que ustedes vivían juntas en el Colegio esperando que alguien las buscase para casarse”

Sor Berta se reía de la idea que algunos tenías de las religiosas.

Sor María Clérici, que tanto conoció a nuestra Hermana, entre otras cosas ha escrito de ella: “Ha sido realmente una mujer maravillosa… una genuina Hija de María Auxiliadora… Era realmente observante pero equilibrada, no aferrada a la letra, sino al espíritu… Amaba a sus Superioras para quienes tenía una gran deferencia y finezas de hija; amó a sus Hermanas demostrando su cariño con pequeñas atenciones y su trato siempre dulce y amable; amó a las niñas y jóvenes; no ahorró sacrificios para darles instrucción y acercarlas a Dios…

Nuestras primeras Hermanas del sur, especialmente las que estuvieron en la Misión de Río Grande, han llevado una vida de sacrificio realmente heroico; las casas de construcción muy precaria, el flagelo del frío, la falta de luz y calefacción, de agua, de víveres y de otras comodidades necesarias, unidas a la difícil convivencia con las indias, hacían muy dura la existencia, pero todo era aceptado con amor y alegría por las Hermanas, en cuyas comunidades reinó siempre un cálido clima de amor a Dios y fraterna caridad… Así vivió muchos años la Hermana Berta…”.

Sin embargo, no murió en sus queridas tierras australes. Habiendo desmejorado su salud notablemente, la Madre Inspectora Sor Elba Guerrero decidió su traslado a Buenos Aires para que, instalada en la Casa San José, recibiera mayores cuidados. Narran las Hermanas de esta casa: “Llegó el 29 de abril (de 1988) acompañada por la Hna. Directora de Río Grande, Sor Elena Calvi. El encuentro con ella fue muy cordial y nos cautivó por su mirada y su permanente sonrisa. Estuvo con nosotras un mes mostrándose siempre atenta y agradecida. Pero una inesperada caída con ruptura de fémur determinó su internación en el Sanatorio San José de la Capital. Sufría intensos dolores que mitigaba con su expresión: “¡Ay, María!”. El 3 de junio fue intervenida, aparentemente con éxito. Sin embargo, la mañana siguiente, a las siete, su hermosa alma volaba al cielo, inesperadamente. Era primer sábado de mes, consagrado al Corazón Inmaculado de María, la Madre de Dios a quien ella tanto amaba”.

Una Hermana que la acompañó en sus últimos días comenta: “Repitió en sus peores momentos de dolor: “María Auxiliadora, ¡ayúdame!. La escuché muchas, muchísimas veces y lo repetía con espíritu poético y doliente, con fe viva, sin cansancio; me sonaba como una melodía con gran expresión filial. Emocionaba el escucharla”.

La noticia de su fallecimiento nos llenó de dolor.

Río Grande vivió un día de duelo: ese día nadie trabajó en esa ciudad, para honrar a la pequeña gran misionera de mirada celeste y de sonrisa acogedora.