Chochi Arellano
Soy esta mujer
Hace 73 años me llamaron Stella Maris Arellano, dos personas increíbles, gente de campo. Ella, Amalia López, pampeana, nacida en Monte Nievas, creció en la zona más arisca de La Pampa, en los campos de Ibrahim Saraham, estancia Currufilú, donde mi abuelo Roque López, además de capataz hacía de guardaespaldas de dicho hacendado, en ésa época bruta y peligrosa donde nombres como Bairoleto, El Menduco y Pedro Moroni, integraban la banda de éste hombre odiado por algunos y amado por muchos. Cuestión que mamita, se acostumbró de muy pequeña a ver llegar ésta gente a desenterrar armas y tarros con municiones y a su madre María Riestra, trajinar como cosa común, con un delantal en cuyo bolsillo siempre un pequeño revolver cargado, las defendería de cualquier peligro. El, mi padre, Elis Ramón Arellano, nacido en Pellegrini, provincia de Buenos Aires, creció junto a sus hermanos en la estancia Los Prados, de un importante estanciero, llamado Francisco Honorato. Allí formó su hombría de bien, honesto, trabajador y capaz.
Ambos desarrollaron sus primeros años de matrimonio, en La Pampa, y con mi hermana Nora nacida, decidieron ir al Sur a trabajar y así se afincaron definitivamente en provincia de Buenos Aires, donde las estancias bonaerenses fueron, de allí en más, el hogar de los Arellano López.
Yo… Stella Maris, la segunda de tres hermanas, vi la luz en el año 1947, un 7 de marzo, cuando el otoño doraba las hojas de los álamos, de mi Burato querido. Pueblo que en realidad se llama Mayor Buratovich, cuál era el nombre de un militar que dirigiera el tendido de rieles ferroviarias desde Bahía Blanca a Carmen de Patagones. Y aquí me introduzco someramente en la historia de mi pago… tierra de rastrilladas indígenas, de fortines y malones, de indios, gauchos y soldados. Cuánto habría para contar de mi zona! Hoy el partido de Villarino crece a partir de sus producciones agrícola-ganaderas y es orgullo del sur de la provincia de Buenos Aires.
Mis padres, puesteros de la estancia Isla Verde, lugar totalmente rodeado por mar, al que se llegaba cruzando un paso, “Paso Piedras” cuando las mareas estaban bajas, de allí mi nombre por la virgen de los marinos. Mi escolaridad comenzó a través de las enseñanzas de mi madre, que cada tarde se afanaba en incorporar números y escritura a mi abierto cerebro, ávido de aprender: 2 + 2=4, mamá me ama… pero sin duda, era lengua y literatura lo que más me atraía, así a los 5 años cuenta mi madre, leía de corrido, y a los 12 años, llegó a mi “biblioteca”, construida por mi padre con maderas de cajón, una obra que no entendía pero sabía que era importante tenerla, era Shakespeare! Otelo, El mercader de Venecia y Macbeth, descansaron allí, sin llegar nunca a entenderlos. Cursé mis estudios primarios en una escuela rural de la estancia La Carlota hasta 6to. Grado, no había más! Hacíamos el recorrido de 4 leguas (20 km) en sulky, junto a mi hermana Norita y dos de mis primas. Los días de lluvia nos iba a esperar un viejo mensual de la estancia vecina, llamado Antonino Cañete, (quien fue también él que me enseño mi primer tono en la guitarra), con un poncho encerado que nos cubría, y así también entre risas y mojaduras, calores agobiantes y fuertes heladas, terminé lo que sería mi única formación escolar, luego fue la vida y los cursos tomados de adulta, los que me dieron herramientas para ganar mi sustento.
Mi adolescencia transcurrió en establecimientos de remate feria de hacienda, donde compañera inseparable de mi padre, aprendí todas las tareas del campo. Por esos días, ya la música y la poesía llenaban las horas ociosas de muchacha de campo. Allí no había boliches ni confiterías, por suerte estaban esos tíos que siempre aparecen en nuestra vida de adolescentes, y una vez cada tanto nos iban a buscar para traernos al pueblo, e ir al cine o a algún baile de los clubes de campo, donde orquesta de por medio, esperábamos ansiosas el famoso “cabeceo” con que antiguamente el hombre invitaba a bailar a su chica favorita.
En ése contexto de soledades, libros y música, escuché una vez en el festival de Cosquín la actuación de un artista que me impresionó por su fuerte personalidad y su voz que atravesando distancias llegaba a los montes del puesto donde crecí. Supe entonces que un día, ése hombre sería importante en lo que esperaba de mi carrera artística, y fue así que años después pude conocerlo cuando llegó a Bahía Blanca integrando una delegación de artistas como Eduardo Falú, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Los Chalchaleros y … Jorge Cafrune. A partir de ése día, nació una profunda amistad con toda mi familia y fue así que tiempo después me convocó a integrar un proyecto que se llamó “De a Caballo por mi Patria” el cual consistía en recorrer el país a caballo, con la participación de otros artistas y la invalorable presencia de mi tío Ricardo y mi hermana Norita, sin los que me hubiera sido imposible, dada mi juventud, obtener el permiso de mis padre para dicha gira.
Pero como generalmente ocurre, los sueños no son duraderos de manera que, al finalizar la gira, y debiendo viajar Jorge a Estados Unidos y luego a Europa, ya no pude volar tan alto. Retorné entonces a mi pueblo, a trabajar en una estación de servicios y mientras lo hacía, mis lágrimas se mezclaban con la fría llovizna de aquel invierno inolvidable.
Años después, conocí a quien fuera mi esposo por 37 años, él, Cachi Alazard, jinete y campeón internacional de jineteada, yo, cantora y guitarrera, ambos de origen rural, formamos una familia tradicionalista, alternando el trabajo en el campo con la organización de festivales criollos. Nuestros dos hijos mayores, Stella Maris y José Augusto, nacidos en provincia de Buenos Aires, acompañaron una decisión muy importante que fue dejar familia y terruño, para buscar un futuro mejor. En 1980 nos convocaron por una temporada de faena a trabajar en el frigorífico CAP en Río Grande, Tierra del Fuego. Llegamos en los primeros días de ése año a cumplir tareas Cachi como encargado de las viviendas y las compras de la casa de obreros, que venían para la temporada, y yo, como cocinera para la casa de empleados. Fueron duros los comienzos, el contraste del clima de la Isla con mi provincia de Buenos Aires, y la nostalgia por la familia, pero concluida la temporada volvimos a mi pueblo. A fines del 82´volvimos nuevamente convocados por el frigorífico, época en que todavía se sentía fuertemente la historia vivida en la gesta de Malvinas. Y esta vez volvimos para quedarnos, yo como encargada en la “Oveja Negra”, hoy Asociación Rural, que en ése momento pertenecía a la administración del frigorífico; y Cachi nuevamente a casa de peones. Nuestro paso por el barrio CAP fue muy gratificante, hicimos amigos con los que compartíamos fines de semana, entre asados y guitarreadas, como los Rossi, Solán, Saracho, Recabal, Odriozola, entre otros, los que ayudaron con su amistad a nuestro arraigo a ésta bendita tierra.
Sin embargo nuestro espíritu campesino, nos llevó años más tarde a comenzar nuestra vida en el campo fueguino; y fue la estancia Cabo Peñas nuestro hogar a partir de entonces. Administraba en ésa época Pedro López (quién fuera padrino de una de mis hijas) con quien compartimos trabajo y familia durante años. Y como si la Tierra del Fuego quisiera arraigarnos un poco más, llegaron a la familia dos pequeños fueguinos, Victoria y Alejandro.
Otra etapa cumplida y por entonces, con dos hijos más, regresamos a la ciudad a poner en marcha un proyecto y trabajar por cuenta propia. Así nació La Matera, parrilla y casa de té, al ingreso de la Misión Salesiana. Corría el año 1992 y allí llegamos, con visión de futuro, a poner en marcha el emprendimiento. Conocimos por entonces a Don Vitola, personaje de la ciudad al que llamaban “león blanco”, el que había instalado un parador turístico y pequeño museo, donde atesoraba reliquias del pasado, como por ejemplo el primer buzón postal, que hoy se encuentra en el museo de la ciudad. En una parte de la casa, adaptamos un pequeño comedor, al que llamamos “La Matera” nombre que impusiera recordando las viejas materas de la estancia en que crecí. A los 4 meses de inaugurada, un 24 de mayo mientras festejábamos el cumpleaños de María Auxiliadora, un incendio terminó con nuestros sueños y proyectos, y los ahorros que habíamos guardado trabajando en el campo. Triste y muy extenso sería enumerar el grado de desolación que sentimos aquel 25 de mayo cuando revolviendo las cenizas encontramos restos de nuestras cosas más queridas. Debo destacar en éste punto, el acompañamiento de la sociedad de Río Grande, que se acercaban con dinero, para que pudiéramos recomenzar, cosa que no aceptamos y agradecimos el gesto con un abrazo. Y así mientras la familia debatía que hacer, se acercaron los salesianos, el padre Eduardo Meana, director, y Ángel Pradelli hermano coadjutor y encargado de la administración, nos propusieron levantar el edificio, para seguir trabajando, mientras creaban por primera vez el buffet de la escuela, para que tuviéramos un ingreso y comprar lo necesario para seguir. La construcción duró dos meses con la mano de obra gratuita de los instructores, que luego de terminar su trabajo destinaban su tiempo libre y sus capacidades. Fue un invierno muy frío y recuerdo que solía alcanzarles jarros de café caliente con tortas fritas y la nueva Matera y casa de té, se inauguró al fin, por segunda vez, un 16 de agosto, en el día de Don Bosco. Así pasaron 11 años, hasta que por temas personales abandonamos la Isla por tres años, aunque Stella Maris y José Augusto, nuestros hijos mayores, siguieron con el emprendimiento, al que incorporaron una escuela de equitación.
De regreso de mi pueblo, nos mudamos de la Misión a la chacra Raful, donde ya no funcionó la Matera, sino que dio en llamarse La Cimarrona. Y allí paso mis días de mujer mayor, en el campo, como me gusta, con mis 74 años disfrutando mis hijos y mis cinco nietos: Juan Segundo, Emma, Bernarda, Federica y Emilia; amigos y las tareas rurales que me mantienen vigente.
Estos últimos años me siento bendecida, porque además de la familia, he parido mi quinto hijo, mi primer disco, gracias a Juancito Ludueña, mentor de la idea y arreglador del disco, y Diego Nievas, acompañante de lujo (mi primer cd, al que llamé Pampa Arisca, un humilde aporte a la cultura de los pueblos originarios, especialmente a los Ranqueles e integrantes de todo el pueblo Pampa, apoyándome en lo que sé, cantar la música de la llanura.
En nuestros primeros años en la Isla, integramos fuertemente el movimiento cultural y musical de la ciudad, continuando con la organización de festivales criollos y participando en peñas, lo que nos llevó a integrar la Delegación del año 1984 al Festival de Cosquín, a la que viajé siendo ganadora como solista vocal femenina y el acompañamiento de Cachi como floreador. Cabe destacar que la primera reunión que se realizó para formar la Federación Gaucha de Tierra del Fuego, se llevó a cabo en la estancia Cabo Peñas, y representando a la provincia con don Vicente Ferrer, don Ramón Balverde, Jorgito Bruzzo y Cachi Alazard, viajamos a Jujuy para el éxodo jujeño, donde por no alcanzar los caballos, el padre Zink y yo, desfilamos de a pié.
Mucho queda por contar de ésta mujer que soy, ruda y sensible, un poco loca y romántica, intensa y apasionada; pero finalizo aquí, arrojando una flor de lupino al río Grande, con la secreta esperanza de que ella llegue a cada uno de ustedes.
MENSAJE A LA GENTE QUE LLEGA
Ignoro si mis años me habilitan para dar consejos, pero si quiero dejar un mensaje a las personas que llegan, como mi familia, en busca de oportunidades para crecer económicamente. Pero Tierra del Fuego nos hace crecer además, en espiritualidad, calidad de personas, a partir del sacrificio que supone arraigarse en una tierra desconocida, con un clima severo, no te dejes doblegar! Convive con él! Como dijo Atahualpa “hazte amigo del viento, enamórate de su paisaje”, salí a buscar la vida… no te encierres!
Y a vos, Río Grande…gracias!!! Llegué a ti cuando aún eras territorio, te vi crecer y crecimos contigo, mitad de mi corazón es bonaerense y la otra mitad se alimenta con la sangre caliente que tu nombre de fuego me brinda… gracias, gracias!!!