Elida Deheza
Detenida en la dictadura
Elida nació en la provincia de Santa Fe, comuna de Gallareta, al final de La Forestal. La compañía inglesa, explotaba los bosques de quebrachos y también a sus trabajadores.
En esa compañía trabajó su padre, quien, recién cuando asumió el primer gobierno de Perón comienza a tener derechos laborales. La familia migró al sur de la provincia, a la ciudad de Pérez en 1960. El barrio en que vivían, aún se llama Villa América.
Allí, Elida dice que vivió una infancia muy pobre, pero feliz: “Andábamos descalzos en el campito jugando la pelota con los pibes, haciendo tortitas de barro. Esos eran los juegos de aquella época”, recuerda.
La Argentina caminaba de los 50 a los 60: “Fueron años muy duros, papá era obrero metalúrgico y la situación nunca fue fácil. También por ese entonces, a mi madre con tan solo 30 años le diagnosticaron mal de Parkinson”, cuenta.
Al describir a su mamá, Elida reconoce que era una persona muy fuerte, arrasadora. “Aunque no hablara; si nos habíamos mandado alguna macana nos los hacía saber con la mirada. Al fallecer ella, ese rol pasó a cumplirlo mi hermana sólo cuatro años mayor. Las tareas de la casa eran repartidas, a algunos les tocaba cocinar, y otros arreglar la casa”.
Para llegar a la escuela Nº 856 primero había que atravesar la cancha de golf. Ahí se disputaban torneos nacionales. Luego los chicos cruzaban el pueblo y finalmente llegaban a la escuela: “Quedaba bastante lejos, porque vivíamos en zona rural. Era una escuela pública y hasta hoy sigue siendo una de las más grandes. En aquellos tiempos teníamos siempre la misma maestra. Así que estuvimos con Seño Ethel desde 1º grado hasta el último año. Lo único que cambiaba eran las maestras de actividades prácticas pero las seños. Era una escuela que tenía muchos chicos golondrina ya que los alrededores era zona de quintas, así que la gente iba y venía todo el tiempo”, relata Elida.
Por esa época, no hizo grandes amigos. Recién a los 13 o 14 años comienza su militancia. Raúl, el maestro, salía a recorrer el pueblo buscando casa por casa ayuda para hacer la merienda, A Elida le gusto esa oferta, no había madre que le impidiera salir y su padre trabajaba todo el día, así que se iba para el barrio con Raúl: “Así empecé a descubrir que la vida pasa por otro lado, que la vida no es uno solo, sino que realmente pasa por lo que le pasa al otro”, remarca ella.
El maestro Raúl se había instalado en el barrio Terraplén, al lado de las vías del tren. Allí dirigió el sindicato docente, también construyó dos escuelas que después fueron reconocidas por el Ministerio de Educación: “Él trabajaba en educación popular, y laburaba mucho por los adultos. A Raúl lo asesinaron en diciembre del 1976 pero el tiempo que estuvo él, hicimos un trabajo extraordinario”, rescata.
Mientras, en la adolescencia, trabajaba cuidando chicos o limpiando casas ya que en esa época el trabajo infantil estaba permitido: “Se empezaba a trabajar a los 9 o 10 años para aportar a la casa porque el sueldo no alcanzaba y no estaba mal visto que menores trabajaran. Para papá, que yo siga estudiando no era algo importante, pero sí que trabajara y me ganaran el pan con el sudor de mi propia frente.
El mandato de seguir estudiando no existía: “Era suficiente leer y escribir para que el patrón no te engañe; para que sepas lo que te hacen firmar y saber contar la plata”.
Su papá no estaba de acuerdo con la militancia, no por la militancia en sí misma, sino porque en ese tiempo estaba mal visto que las chicas estuvieran con muchos varones muchas horas del día, si estos no eran sus novios o maridos. Corría el año 1975.
En 1976, luego del último Golpe de Estado Cívico-Militar, una discusión con su papá sobre su actividad militante la llevó a mudarse a Rosario. Comenzó a trabajar en una tejeduría y vivía en una pensión. Aunque visitaba el pueblo, veía muy poco a su padre, para no exponerlo: “Con la AAA las cosas se habían puesto complicadas , era un pueblo chiquito así que nos fuimos todos. Fue entonces cuando asesinan a Raúl. Yo estaba en Rosario, me lo había encontrado un par de meses antes, en un colectivo”.
Elida recuerda a Raúl como una persona muy amorosa: “Era de esas personas que irradian mucha calidez. En ese encuentro me preguntó si en el jardín estaban creciendo las flores”.
A Elida la detienen en enero del 1977: “Lo que viví en Rosario fue tremendo. Pero lo más bello que tuvo ese año eran los encuentros con los compañeros. Por ejemplo, con Juna Carlos Gauseño, nos habíamos cruzado casualmente en un barrio y luego de ese encuentro pasamos el día juntos en la cancha de Central. Ese día hablaron mucho, Juan Carlos lamentaba no haber sido papá; eso le pesaba mucho -comenta- y al mes y medio lo mataron”.
Fue un año oscuro, frecuentemente se encontraba con compañeros que le decían “cayó fulano, cayó mengano”. Llorar llamaba la atención en la calle, así que ni eso se podía: “Fue un tiempo de esperar cuándo te tocaba vos. Prepararte para eso.,. Pero nunca te preparás para esa ferocidad con la que te encontrás. No se lo podía contar a nadie, los compañeros no volvían, así que fue un año de mucha angustia. Estar en vigilia permanente, llorar para dentro. En Rosario fue brutal, fue durísima la represión. Todo el día era escuchar las sirenas de la noche, ver el ejército en la calle”, describe la Elida.
Parte de dar a conocer su historia, tiene como motivo el hecho de que aún hoy, están buscando a compañeros de esas épocas: “Es importante hablar del pasado y hacer circular la palabra, porque están las nuevas generaciones que no saben lo que hemos vivido. A mí me secuestró el Ejército en Rosario. Me llevaron del comando (porque no había lugar) a la jefatura de policía, esto fue en enero de 1977. Las policías provinciales respondían a las órdenes del comando, ellos diagramaban todo lo que tenía que ver con Rosario”, relata.
En la jefatura de policía funcionó uno de los centros clandestinos más grandes que tuvo la provincia de Santa Fe. Más de 2500 personas fueron detenidas ilegalmente en ese lugar. “Con las mujeres existía agravantes, nos tenían mucho odio por no ser las esposas que debíamos ser y por no ir a misa los domingos, por no casarnos, por no tener hijos, por no ocuparnos de la casa, por estar haciendo cosas de hombres, decían” sostiene.
A las torturas y los golpes, se sumaron las violaciones: “Fue lo más duro que tuve que vivir. más que las trompadas, más que la tortura. Que te hayan violado te derrumba, la quiebra. Por ello tuve crisis interiores muy grandes -dice- esa sensación de decir listo, si me van a hacer lo que quieran, mejor me muero. Sentía que me moría, porque el dolor es tan grande que pueden pasar mil años y va a seguir doliendo. Son moretones que están adentro y no se ven”.
En esas mismas palabras, una jueza de la Nación escuchó su relato: “Son moretones que están adentro, afuera no se ven. Fue una locura, da cuenta de la salvaje represión que hubo en Rosario, que fue tremenda y de cómo funcionaron los centros clandestinos”.
La jefatura de policía está en pleno centro de Ciudad de Rosario. Este centro clandestino ocupaba un cuarto de la manzana. La gente seguía ingresando a la jefatura para hacer documentos, trámites. En ese tiempo había también, personas que hacían vida normal. Ahí muchos vecinos seguramente escuchaban los gritos y escuchaban los camiones.
Luego de un consejo de guerra, Elida fue llevada a la cárcel de Devoto. En la primavera de 1977, en Villa Devoto vivió la otra parte, lo que significaba estar presa: “Éramos todas presas políticas, no teníamos comunicación con el exterior. Pero en Rosario algunas personas que salían tenían la generosidad y el valor de memorizar el teléfono y llamar a las familias, decirles ‘mirá, hay una chica en la jefatura’, o ‘ahí está tu hija, búscala porque está ahí’. Las familias entonces se presentaban en el comando y podían blanquear a su familiar detenido. Así fue como se le concedió la posibilidad de visitas: “Una vez que estabas blanqueada, te seguían blanqueando. Rosario tuvo esa particularidad, en algunos casos conservaban cierta legalidad”, explica.
Su familia la ubica así, a través de una chica que estuvo dos días, salió y se llevó los teléfonos y avisó cuales eran los nombres de las demás. Elida nunca supo cómo se llamaba su benefactora: “ le debo la vida”, reconoce.
En Devoto estuvo mucho tiempo, hasta el año 1983 (casi 7 años detenida). Durante el último año, la trasladaron al Penal de Ezeiza, que hacía poco habían inaugurado. Estando allí compartió espacios con presas comunes, como talleres. El resto del tiempo, ella y sus compañeras, permanecían aisladas. Eran muy respetadas, sin embargo: “no teníamos mala relación, por el contrario, a veces nos hablaban por las ventanas cuando venían las visitas o nos hablaban por lenguaje de señas”, recuerda.
En 1983, sale con libertad condicional. Cuando Raúl Alfonsín asume la presidencia, una de las primeras medidas que toma es conmutar la pena de todos los presos políticos. Recién el 11 de diciembre del 1983, Elida recupera su libertad plena.
“Yo estuve presa por el delito de pensar, de comprometerme. Eso era un delito, por eso siempre le digo a los chicos en las charlas, que la democracia puede no gustarles, pero es el único espacio donde uno puede construir, y que el único límite para hacer las cosas es tu propio miedo. En democracia podés participar, cambiar las cosas. En la dictadura no hay absolutamente nada que sea bueno para nadie. No hay un lugar mejor que la democracia, aunque tengamos cosas para criticar. Por acá, hay barrios en que los chicos viven como se vivía en la dictadura, donde la vida no vale dos centavos. El futuro se termina ahí, en el primer paso que dan. Así viven muchos chicos, chicos que les cuesta mucho vislumbrar que hay un lugar más allá de este mundo pequeño que tienen. No hay un lugar donde sus sueños puedan verse reflejados, cuando doy charlas surge mucho esto’’, expresa la militante.
Después de salir, lo primero que hizo fue ir a buscar a sus compañeros. Madres ya venía haciendo un camino, y los familiares se habían organizado. Se habían hecho las denuncias al exterior y mientras estuvo presa, Amnistía Internacional fue a visitar la cárcel.
Después, volvió a su lugar, a reencontrarse con su familia. Se encontró con cosas hermosas cuando volvió al barrio. Durante todos esos años habían levantado un altar a la Virgen de Itatí y mantuvieron velas encendidas hasta que ellos, de a poco volvieran: “Ese amor computa todas las penas”, dice emocionada.
Ahí comenzó a militar con un compañero: Agustín Rossi. Él en ese momento estaba con una agrupación de la ciudad de Rosario que se llamaba 17 de Octubre. Elida se acercó a ellos para empezar a trabajar. Lograron armar un grupo de compañeros en Pérez y ganaron una elección para un concejal. Elida volvió a militar por los barrios, como lo había hecho tantos años antes, cuando conoció al maestro Raúl.
Algo de Justicia
Con la llegada de la democracia Elida participó de varios juicios, y considera que los juicios le ponen verdad a lo que jóvenes como ella decían: “Es casi un acto de resiliencia, porque hubo un tiempo en que, en uno de los primeros juicios los jueces preguntaban dónde estaban los desaparecidos. Cuál era la prueba de que estaban desaparecidos. Y parte de la verdad la construyó el Equipo de Antropología Forense, cuando encontró a los compañeros en el cementerio en Rosario. Allí se encontraron 160 cuerpos, entre ellos una compañera de la localidad de Perez. Es por eso que los juicios construyen la verdad, en los juicios se pudo decir al pueblo argentino que no fue una fábula, que de verdad tiraban gente al mar, que de verdad torturaron y secuestraron, que mataron, que los desaparecieron; es por eso que los juicios le ponen verdad; es un momento de construcción y de justicia”, explica.
Elida recuerda que fue muy difícil contar su historia durante el juicio, delante de su hija y su familia: “Si bien lo que sucedió pasó hace muchos años, me costó que mi familia escuchara lo que hacía tantos años tenía guardado”, explica.
Mientras, Rosario atravesaba la crisis del gobierno de Alfonsín. Hubo saqueos, y en una oportunidad se cruzó con un piquete militar. Cuando pararon su vehículo para requisarlo, quisieron sacar a su hija: “Pensé que me la iban a robar como sucedía en la dictadura. Fue una locura, eso me hizo pensar mucho. Entonces tuve la idea de buscar un lugar donde empezar de nuevo”.
Sola con su dolor descubriría que era capaz de reiniciarse: “No me iba a quedar en la pena y en rasgarme las vestiduras. Gracias al contacto de la sobrina de mi cuñado, que vivía en Tierra del Fuego llegamos junto a mi esposo y a Lucia mi hija, a Río Grande. La familia que nos recibió fue muy generosa. Nosotros habíamos vendido lo poco que teníamos para venir hasta acá -reconce-. Yo no sabía cómo era Río Grande, sólo sabía sobre Malvinas por compañeros y porque era la historia que se estudiaba en la escuela”. Según su propia opinión, la vida le ha quitado mucho, pero también le puso cosas hermosas alrededor: “siempre tuve muy buena gente alrededor”, agradece.
Ya en Rio Grande se reencontró con compañeros que fueron su apoyo. Llegaron a Río Grande un 23 de marzo, por lo que, al día siguiente, 24 de marzo Elida concurrió al acto en el concejo deliberante, junto a su esposo Luis. En ese acto, conoció entre otros compañeros, entre ellos a Silvia Serravalle.
“Sabía que iba a ser todo un aprendizaje vivir en Río Grande. Al principio la idea era como la de muchos, permanecer algunos años y luego volver a Rosario. Se sentían los años 90 en Río Grande. Había situaciones conflictivas en lo laboral, mucha vulneración de derechos, fueron tiempos críticos. Las escuelas eran nacionales y Elida consiguió trabajo en el Centro Polivalente de Arte. Allí se vinculó con compañeros del sindicato docente, que recuerda, fueron muy generosos con ella siendo no docente. Enseguida se incorporó al sindicato. En el gremio encontró un espacio para volver a militar, ya no en un partido político sino en el gremio. Allí pasó toda su militancia en Tierra del Fuego.
Dentro del sindicato participó activamente como secretaria de organización del sindicato: “Fue un tiempo de mucha construcción colectiva con otros sindicatos, ATE, UOM, la CGT. Durante los seis años hubo una mirada colectiva. Fue un tiempo de mucha construcción en Tierra del Fuego, también en el plano personal. Ahí fue el comienzo de la construcción, de empezar a hablar de los derechos humanos, de los compañeros de Río Grande que estaban desaparecidos, y se hicieron cosas hermosas”, recuerda.
Con el trabajo de Silvia Serravalle se conoció más sobre los desaparecidos de Río Grande. Así, se pudo trabajar mucho con la docencia de manera activa y participativa. Trabajaron mucho en las escuelas y ese trabajo permitió también que Río Grande comience a contar su propia historia. En Pérez pasó algo similar: “Hay un momento en que las comunidades reconocen qué hay personas que faltan, y para ello hace falta que se ponga palabra, mucha palabra. Además, siento mucho respeto por los docentes fueguinos, porque más allá de las críticas que le puedan hacer, me consta que cuando hubo que poner el cuerpo lo pusieron. Hubo gente que peleó mucho para que las escuelas técnicas no se cerraran, para que las artísticas no se cerraran, para que no se fusionen escuelas, para que no se amontonen los pibes. Se peleó mucho para eso, y recuerda que hubo mucha gente que dejó mucho en el camino para que las escuelas existan”, remarca.
En Río Grande hizo amigos de la vida, entrañables y enormes. Hasta el día de hoy mantiene comunicación y se reencuentran como si fuera ayer, por ello, en Tierra del Fuego se encuentran muchos de sus más atesorados recuerdos.
Elida Dehesas, llegó a ser legisladora provincial. En su momento consideró que con el gremio cambiaban solo un pedacito del panorama, que el lugar de las decisiones estaba en otro lado. En ese momento José Martínez era referente de ATE. La participación no era un tema tabú en los sindicatos, entonces desde ese lugar llega al a participar de la caja de previsión, ahí también la lucha para no traspasar la caja a Nación fue ardua. Se reencontró con Fabiana Ríos, quien creó un espacio fueguino propiamente dicho. Había personas de otros sindicatos: “Desde esa construcción y unidad yo consideraba que era un espacio donde se podía llegar. Decidimos participar y me tocó la experiencia como legisladora. No fue muy buena experiencia, pero aun así tengo buenos recuerdos. Aprendí a convivir con las diferencias, con personas que piensan lo opuesto, con los que estaban en la vereda de enfrente y saber además cuáles son los límites, dónde y con quién se puede construir y con quién no y que con algunas diferencias se pueden lograr los consensos, que son necesarios y que no todos pensamos lo mismo”, dice convencida.
Luego de su paso por la legislatura volvió a su trabajo en el Centro Polivalente de Arte, donde se jubiló, en el año 2013. Aunque no tenía intenciones de irse, en el 2016 debido a una condición de salud, la familia decidió volver a Rosario.
“En Río Grande el encierro, el frío me hacían mal porque no podía salir a caminar. Sentía que la enfermedad me incapacitaba cada vez más. En Rosario encontramos otros tratamientos y otras consultas que mejoraron mi salud”.
Hoy, después de todo lo vivido y transcurrido Elida piensa que con la dictadura aprendió a convivir las heridas. Sin embargo, aún considera que llorar es un lujo que no se puede dar: “Durante un tiempo me preguntaba por qué ella y no yo… qué hizo que esa mujer esté desaparecida y no yo. Como que si dejara fluir la pena y la angustia me convertiría en un ‘ser normal’ y supe que no podría caminar con esa angustia”.
Su fortaleza, y lo bueno, es no estar sola. Hay compañeros con los que habla, que cuando algo pasa con una llamada, fortalecen: “Si volviera a vivir, volvería a vivir la misma vida”, asegura.
Una vez alguien le preguntó qué le sucede con los compañeros que no están: “Ante mi respuesta, esa persona se quedó sorprendida porque le dije que los extraño. Porque pagaría lo que no tengo, para contarles lo que pasa. Porque las palabras y las miradas de los compañeros ante lo que iba venir era importante, ellos eran los que nos señalaban el camino. Hoy son una antorcha y es por ellos que cuando me reencuentro con sus hijos, pienso que sus padres estarían muy orgullosos. Todos los 24 nos reencontramos con los compañeros y ahí, si se llora, ahí si lo permitimos, porque ahí es donde nos cuentan las anécdotas y están los familiares y sentís que tu palabra sana y ayuda esa parte que hoy no está”, dice Elida.
Para Elida, su familia siempre se jugó por ella, donde se ha sentido contenida, acompañada, quienes la ayudaron a sobrellevar un montón de cosas: “Diferente fue para los compañeros que cuando salieron estaban solos, eso es muy duro de transitar. Porque no siempre se puede contar lo que se ha pasado. Y eso también pasó con los compañeros de la isla, amigos entrañables, ellos sabían que había momentos que no hacía falta hablar que con un abrazo alcanzaba”, expresa.
Muchos de sus amigos, escucharon las experiencias de Elida. Reconoce que siempre intentó no guardarse las cosas solo para ella: “Siempre tuve gente que me sostuvo cuando se caía, que siempre un abrazo, que me levantó. A pesar de todo lo vivido soy muy gracia de la vida y agradecida a Tierra del Fuego por que allá fue todo el proceso de reencontrarme conmigo, de saber que era capaz de empezar de nuevo, de acomodarme. Que de nada servía lamentarse por lo que había pasado. Y que no solamente me había pasado a mí, sino que le había pasado a todo el pueblo argentino. En la isla fue un tiempo de sanar muchas heridas y fue un tiempo muy lindo”, siente al recordar los hechos de su vida.
Raúl le había enseñado, cuando pequeña, que no se puede andar por la vida ‘mirándose el ombligo’. Que cuando uno levanta la cabeza y ve, tampoco se puede hacer el distraído, que cada cosa y que cada paso que uno da tiene una consecuencia.
Hoy, no duda que, si pasaras nuevamente circunstancias parecidas, ella resistiría. Saldría a resistir, porque es una obligación: “Es como cuando se aprende a leer, no te podés olvidar. Con la militancia sucede lo mismo, es un modo de vivir y si hoy me cruzara con aquella Elida de 16 años le diría, que sea fuerte y que la fortaleza está dentro de ella. Que lo que le espera no va a ser fácil, pero que ella es fuerte. También le diría que se va a tener que comprometer. También, que la quiero mucho”.
Hay sólo dos cosas desea: una es que puedan encontrar a todos los compañeros que le faltan y otra es el sueño de escribir. Algo que le da mucho orgullo, es su hija Lucia. El día que ella nació su vida se dio vuelta: “Ahí fue cuando mi vida se puso a dar vueltas y danzar y no dejar de bailar nunca más. La sonrisa y el abrazo de mi hija es lo que me colma de felicidad. Si la felicidad tiene nombre de persona, para mí la felicidad se llama Lucia”.
Hoy, Lucía sigue siendo el momento más pleno, lo más hermoso que le pasó en la vida, en sus propias palabras: “Hoy ella tiene 32 años y como madre siento que se convirtió en una mujer hermosa, pensante, profunda y cariñosa. La vida me regaló el poder compartir con mi hija; hablar de cosas de mujeres y de crecer un montón. Es un tiempo de crecimiento personal, aprendizaje sobre otras formas de lenguaje, otras miradas sobre las mismas cosas, nosotros no nos planteábamos a esto cuando éramos jóvenes, pero con su hija habla mucho y dice estar en esa parte de aprender”, insiste Elida.
A las mujeres y la ciudad
“A las mujeres de Río Grande les diría que caminen contra la corriente, que hablen fuerte y alto y que se hagan escuchar. Que vivir en la isla a veces te abstrae de la realidad, y es porque parece lejano estar separado del continente. Pero a veces también te pone como en una realidad virtual. Las mujeres tienen que vencer el miedo porque las mujeres somos una buena parte de la historia, sin las mujeres no hay historia que contar. Las mujeres han guardado silencio durante muchísimos años y ese tiempo de aprendizaje nos tiene que enseñar eso de agarrarnos de la mano con la otra, a pensarnos como hermanas y a perder el miedo y cuando uno pierde el miedo recupera la voz”, expresa la militante.
“A Río Grande le diría que estoy agradecida. Que, si la vida de cada una está hecha de pedacitos de historias, Río Grande es un pedazo grande de mi propia historia. Transcurrí mi juventud, adopté Río Grande y estoy enormemente agradecido de haber sufrido el frío, agradecida al hielo, al mar, a su gente, a los afectos. Que cumpla cinco mil años más, que siga siendo generosa con los que llegan. Que es lo que caracteriza a Río Grande, siempre mucha generosidad para recibir al recién llegado”.