Estela Solera

Una persona fiel a su destino

Estela, una persona fiel a su destino

Estela Solera de Méndez 72 cumplió años. Ella nació en el sur de Córdoba, en La Cautiva. Viene de una familia humilde, padre herrero y madre ama de casa. Su papá trabajó en el campo, toda la vida.

Estela, estudió la escuela pública y a los 12 años se fue de la casa paterna. Sufrió mucho ese desapego, pero tuvo que irse porque debía estudiar a Venado Tuerto. Luego de recibirse, volvió a su pueblo. Allí se casó con su novio, Pedro luego vivieron un tiempo en Santa Fe, donde él se desempeñaba como veterinario.

Fue Martín Torres quien los trajo a Río Grande para que su esposo ocupara un cargo. Cuando llegaron, tenían una casa de servicio y una camioneta dispuesta para ellos. Fue en el año 1984, sus hijos se adaptaron rápido a pesar del invierno frio de la época. A ella, el desarraigo le costó mucho. Una de las familias a las que recuerda con cariño son los González.

Estela, comenzó a trabajar como docente en un cargo que dejó Carlos Rathier en el Colegio Don Bosco. Luego de un mes a prueba, tuvo la titularidad. Luego estuvo en la Escuela 2 y en la 27. Fue esta tarea la que realmente le ayudó mucho a arraigarse a Río Grande. En un curso, llegó a tener 40 chicos varones a su cargo: “Es una época que recuerdo con mucho cariño”, dice risueña.

En esa época también forjó vínculos con compañeros de trabajo, y con sus alumnos que venían de familias del BIM: “Éramos personas con el mismo sentir de desarraigo, fue vivir como desconocidos, que terminaban siendo una familia”, recuerda.

Trabajar en esa época era muy difícil, el clima riguroso, y las comodidades que aún no eran las óptimas, Estela recuerda momentos en que llegaba a dolerle la cabeza solo por el frio que hacía: “Íbamos con mi familia al desfile del 9 de Julio que se hacía por calle San Martín y a mí me llamaba la atención cuando los soldados caminaban, que muchos se desmayaban por el frío. En los actos, íbamos con los niños a la plaza se terminaban quedando pegados en el suelo”, relata.

Unos amigos, la acercaron al movimiento focolar a través de Maríapolis.

El Movimiento de los Focolares tiene la fisonomía de una familia numerosa y variada, de un "pueblo nuevo nacido del Evangelio", como lo definió la fundadora Chiara Lubich, quien lo fundó en 1943 en Trento (Italia), durante la Segunda Guerra Mundial, como corriente de renovación espiritual y social. Aprobado en 1962 con el nombre oficial de Opera di María, está muy extendido en más de 180 países con más de 2 millones de miembros. El mensaje que quiere llevar al mundo es el de unidad. El objetivo es, por tanto, colaborar en la construcción de un mundo más unido, impulsado por la oración de Jesús al Padre "para que todos sean uno" (Jn 17, 21), respetando y valorando la diversidad. Y para alcanzar este objetivo se privilegia el diálogo, en el compromiso constante de construir puentes y relaciones de hermandad entre las personas, los pueblos y los ámbitos culturales.

El Movimiento ve en él a cristianos de muchas Iglesias y comunidades cristianas, fieles de otras religiones y personas de convicciones no religiosas. Cada uno se adhiere a él compartiendo su propósito y espíritu, en fidelidad a su propia Iglesia, fe y conciencia. Los Focolares son las comunidades en las que viven quienes en el Movimiento han hecho votos de castidad, pobreza y obediencia. También forman parte de los Focolares las personas casadas que, fieles a su estado de vida y permaneciendo en la vida familiar, comparten con las vírgenes la opción radical de poner en práctica el amor evangélico y vivir para lograr la unidad. *

Estela asegura que, se siente orgullosa de haber podido desarrollar su profesión, de su familia; pero, sobre todo, por haber podido ser activa socialmente a través del movimiento ecuménico, donde siente que podían ser influyentes de manera positiva. Desde ese movimiento crearon la escuela de política para jóvenes. Allí organizaban charlas sobre ecología, medio ambiente, talleres para niño, talleres de tejido, en los que confeccionaban mantas para Caritas, Fundación Dar, y regalos para los niños en Navidad.

Una de sus grandes pasiones es la escritura, y desde su humilde lugar, Estela describe vivencias, paisajes y momentos vividos en Río Grande, ciudad que elige y eligió para dejar su huella.

“A la Estela de 20 años le diría que confíe en el futuro, en la vida, en las personas, en Dios y que se lance a vivir”, expresa la mujer.

Hoy, Estela siente vive cada momento, que eso le da la tranquilidad: vivir el día a día y disfrutar de estar siempre disponible para la comunidad y su familia.

“A las mujeres de Río Grande le diría que sean ellas mismas, que hagan lo que sienten. Que esa fuerza natural que tienen, la usen para dar amor también”, comenta.

Y a la ciudad de Río Grande, le desea que siga siendo acogedora para todos los que todavía siguen llegando: “Creo que esa es la esencia de nuestra ciudad, me gustaría que conserve esa idiosincrasia. También le daría gracias por todo y le pediría que mantenga su identidad”, sostiene.

Estela se define a sí misma como alguien que siguió su destino, con aciertos y errores, pero, que es una persona feliz.

*fragmento extraído de la página https://www.focolare.org/