Ethel Carmen Torres

Renacer desde las cenizas

En el año 1951 su papá llegó a Río Grande, cuando solo había solo cincuenta casas y no existía todavía el gas natural; trabajó en la agencia Ford, y como era el único tornero profesional, tenía mucho trabajo en los ¨luchos¨ (los barcos). Por su profesión fue convocado para trabajar en el frigorífico. Su mamá era enfermera en la clínica del doctor Pacheco.

Ethel nació en Río Grande el 23 de enero del año 1966, en la clínica del doctor Carlos Pacheco, que estaba ubicada en el Barrio CAP. Su familia estaba compuesta por su papá, su mamá su hermana Carmen y su hermano Juan.

Ethel cursó hasta 4to grado en la escuela primaria Remolcador Guaraní N4, donde actualmente se dictan talleres de oficios. Su casa estaba ubicada en el antiguo callejón sin salida del Barrio CAP; fue su casa de toda la vida hasta sus 9 años.

Recuerda que tanto en la escuela primaria, como en la secundaria nunca se suspendieron las clases; ni por viento, lluvia, nieve, nada -los vientos de antes, nada que ver con los de ahora-. Caminaba desde su casa hasta la escuela, aunque nevara mucho por esos años hasta medio metro por día. Como hija de tornero, Ethel tenía los mejores trineos del barrio; su papá se la jugó siempre por ella. Tuvo una infancia hermosa, disfrutando de toda la naturaleza, al aire libre: haciendo tortitas de barro; jugaban con la nieve, todos eran juegos muy sanos. De esos años de su infancia en el callejón recuerda que jugaba con Pilar Yensen. Cuando cumple 9 años, su papá se jubila después de 25 años de trabajo en el frigorífico; los padres de Ethel se separan y ella se va a vivir con su papá al pueblo.

Cuando su papá estuvo de jefe en el taller de máquinas se había comprado un ¨escarabajo¨ marca Volkswagen, aunque lo usaban para abastecerse en el pueblo, si se tenía auto no era necesario cruzar por el río; se hacía el camino hasta José Menéndez y de ahí se venía al pueblo. Ethel recuerda haber cruzado en el bote dos o tres veces cuando era niña.

Estuvo de pupila en el colegio María Auxiliadora, permanecía durante toda la semana y salía los sábados a la mañana y volvían el domingo a la noche; allí aprendió a coser, bordar, cocinar, limpiar. Conoció a la hermana Berta Weber, que, si comparara con alguien, la compararía con la hermana Teresa de Calcuta -una monja buenísima, la bondad por dentro y por fuera-. La hermana Noemí enseñaba francés y dice que era muy estricta en sus clases, la hermana María Inés enseñaba piano y la hermana Matilde fue la hermana que le enseñó a cocinar. Una anécdota con una pupila recuerda que en el mes de octubre subió una chica del campo con sarna que contagió a Ethel y a un par de chicas. Vivió cosas lindas y cosas que fueron muy difíciles, y que nunca debió ver una niña, comenta. A los 15 años, inicia sus estudios en el Colegio Don Bosco, pero después de un año decide no ir más, porque vio cosas que no le gustaron.

El 13 de junio de 1982, ya había terminado la guerra de Malvinas, pero los soldados aun seguían apostados en la isla; en la frontera y en lugares estratégicos, como vigilando.

Hubo un hecho que marcó un antes y un después en la vida de Ethel y su familia; como así también en la comunidad de Río Grande; un día, cuando se cortó el agua en el pueblo, fueron a buscar agua al manantial que estaba ubicado en la Misión Salesiana, Ethel tenía 16 años; iban en un Renault 12 rojo, su hermana iba manejando, de acompañante iba la cuñada de Ethel con un bebé de 3 meses que era su sobrino, atrás iba su otra sobrina Marcela de 9 años, que se sentó detrás del asiento del conductor, lugar que siempre ocupaba Ethel; en el medio iba sentado un nene de 2 años que se llamaba Federico. Se fueron hasta la Misión Salesiana a buscar agua, iban cantando, mirando las formas de las nubes. Cuando llegaron a la Misión continuaron como yendo al Cabo Domingo, porque sabían que Juan (hermano de Carmen y Ethel) ya se les había adelantado y ellas querían encontrarlo en el camino; pero se encuentran con un vallado antes de llegar al Cabo Domingo, los tres autos que iban delante de ellas giraron haciendo una vuelta en ¨U¨ antes del vallado, entonces ellas también hacen la misma maniobra, pero fue justo en ese momento que sucede un acontecimiento terrible, el auto se empieza a llenar de humo, no se podía respirar adentro del auto, y Ethel sentía que se ahogaba, entonces intenta abrir la puerta pero su cuñada a los gritos le pide que no lo haga; su hermana Carmen pregunta -están todos bien?- cuando en ese momento el auto se va a la banquina, en ese momento Ethel se da cuenta que su sobrina de 9 años había fallecido, producto de un disparo. Recuerda ese momento de mucha desesperación, un momento horrible -Nunca se hizo juicio, pero Río Grande repudia y repudió la muerte de Marcela Andrade-. Tiempo después, el comandante que mandó a disparar iba paseando con toda su familia en un Ford Falcon y vuelca, falleciendo su hija de 6 años.

Cuando Ethel tenía 17 años, empezaron a abrir las fábricas y se necesitaban personas para cubrir los puestos. Fue así como en el mes de octubre, la llaman para trabajar en Kenia Fueguina (fábrica que después se quemó), quedando a los 15 días de manera efectiva. Solo trabajó por cinco meses por que tuvo que cuidar a su mamá. Pero a los 19 años vuelve a ingresar a otra fábrica, BGH (estaba ubicada donde hoy está el negocio Hipertehuelche) allí trabajó durante seis años, en ese tiempo se puso de novia y casó, y que fue con el primero que se cruzó -recuerda entre risas-. Tuvo tres hijos. Pero después de 4 años se separó. La remó sola, trabajó limpiando en tres casas, cuidó personas, puso un negocio y le fue mal; haciendo de todo para sobrevivir; para darle la mejor ayuda a sus hijos y que no pasasen necesidades. Hubo épocas que pasaron hambre, momentos difíciles, tomaban a veces solo un caldo con hueso y sin sal. Conoce a Rubén, que la conoció en un mal momento económico, se casaron y tuvo a su cuarto hijo.

En el año 2005 empieza a trabajar limpiando la casa de la familia Andrade, trabajo que tuvo durante un año y medio; tiene los mejores recuerdos de Cano y Guillermina, que siempre fueron muy generosos con ella. En el año 2006, deja la casa de la familia Andrade, pero la vuelven a llamar para comentarle que había una posibilidad de un trabajo en el Concejo Deliberante en el área de limpieza. El 1 de agosto de ese año comenzó a trabajar en el Concejo. Su primer sueldo fue de $1800, y Ethel recuerda que fue una locura de felicidad esa cantidad de dinero. Siempre se sintió muy agradecida por la oportunidad que le dieron, como así también muy agradecida a la vida y a Dios.

Siempre supo que después de vivir una infancia difícil, tenía que disfrutar mucho de la vida, de su esposo; su mejor amigo, sus hijos, sus nietos.

Orgullosa de haber logrado la familia que su papá y su mamá no pudieron lograr, de haber luchado tanto para disfrutar de todo lo que obtuvo con sacrificio y trabajo: su casa, una familia bien constituida, el poder estar unidos y el seguir peleándola. Orgullosa de haberla peleado por sus hijos. Reconociendo que existió un antes y un después en su vida después de conocer Dios.

En un imaginario, si Ethel volviera el tiempo atrás y se cruzara con ella misma, a Dios le pediría más inteligencia y herramientas, por que siente que no las tuvo para cuando tuvo que tomar decisiones importantes en su vida. Se definió como una mujer que resurgió de las cenizas, que murió muchas veces y que siempre renació.

A las mujeres de Río Grande, Ethel les deja este mensaje: nunca bajen los brazos, que la peleen día y noche, que no se necesita de un hombre al lado, a veces no necesitamos la asistencia del estado o de un político a través de una bolsa o un plan social -lo más importante es tener buena salud, usando bien la cabeza se puede salir a delante-.

Ethel ama Río Grande, y le deja este mensaje -Río Grande levántate y resplandece.