Isabel Varela
Una madre luchadora
Isabel Varela tiene 84 años, nació el 8 de julio en el hogar Jesús Varela y Enriqueta Gastelumendi, a quien le decían la india Varela, por ser descendiente de pueblos originarios. Nació en Ushuaia en la estancia Moat, que queda pasando Harberton.
Hoy ya hace muchos años desde que vino a vivir a Río Grande, una de sus hijas nació en esta ciudad, en una clínica que estaba en la calle Piedrabuena. Aquí, Isabel crió a sus hijos sola. Se mantenía lavando ropa para otras personas: “Me traían la bolsa de ropa, yo tenía que calentar el agua en una olla para tener agua caliente. La ropa me la dejaba en la casa y después venían a buscarla. Los chicos de la Misión, que estaban ahí como internos me traían ropa también para lavar. Un empleado del cura me traía la ropa de todos los chicos internados que tenía que lavar y tenerla lista para el sábado siguiente”, recuerda.
Lavando la ropa, Isabel alimentaba y vestía a sus hijos. Recuerda que sufrió mucho para criar a los dos hijos y en las épocas en que lavaba tenía que buscar dos baldes de agua para lavar, dos baldes para enjuagar, y pedía esa agua en la casa de los vecinos porque no tenía ese servicio en la vivienda: “En esos tiempos, hacía mucho frío y el río quedaba atrás de mi casa. Era obligado que las casas las hacían altas por el agua. Como todo chico, los míos salían hacer picardías y los juegos de esa época eran juegos sanos, jugaban sanamente”, describe.
Isabel también trabajó en casas de familia, y en un bar que estaba en la calle 9 de Julio. Ella estaba todo el día en su trabajo y volvía a su casa sólo para ver cómo estaban los niños. Recuerda que lo que le pagaban por mes, era 30 pesos.
Una infancia en Moat
Antes, desde que era chica, vivía en el campo, en la estancia Moat. De allí tiene el recuerdo de andar en trineo, o a caballo: “Mi papá nos hacía hacer trabajo de campo. Teníamos que levantarnos a ordeñar las vacas, y hacer todo el trabajo del campo. Papá iba al pueblo, a Ushuaia, una vez al año para hacer trámites o inscribir a los hijos. Compraba la tela para confeccionar nuestra ropa, y mamá cosía con una máquina que tenía. Nosotras, nunca usábamos pantalón, mamá nos hacía pollera. Usábamos zapatos de tamango, que era la pata de guanaco. Con la nieve se ablandaba el cuero y eso te hacia doler los pies”, relata.
Cuando Isabel nació, en el Registro Civil anotaron mal la fecha de su nacimiento: “Lo que pasaba era que mi papá juntaba a dos o tres hijos cuando iba al pueblo, y los anotaba todos juntos”, explica.
Entonces, aunque Isabel nació el 8 de julio, está registrada como nacida el 6 de agosto, debido a una confusión de su padre. Su madre, era descendiente ona, y vivía en una casa ubicada en calle San Martín 238.
Cuando la tierra tembló en el terremoto del 49 Isabel estaba en estancia Moat, era muy chica, pero recuerda que los muebles se corrieron hacia el lado de la playa. También vivió y recuerda el conflicto con Chile: “Teníamos que tapar todas las sus ventanas con nylon negro, y a Los chicos los hacíamos poner abajo de la mesa. Si alguien de afuera veía una luz te venían y golpeaban la puerta para que la apagues”, detalla.
Sus vecinos de la época, la familia Barreto, la familia Pressacco, la familia Sánchez, su vecina Ercira Andrade la chila. Ella estaba desde mucho antes de que Isabel llegara con su familia a vivir al barrio. En esas, en aquellas épocas sus amigas iban a buscarla y si iban a bailar, al San Martín o al O’Higgins ella iba con sus hijos para no dejarlos solos en la casa.
Hoy Isabel tiene 6 nietos, y asegura que está agradecida a la vida, que sus hijos están trabajando y que tienen un trabajo honrado.
“Yo no aprendí el oficio de mi mamá; ella tallaba en madera, hacía esculturas. Yo lo que hacía era tejer canastas con junco de la zona de Moat ya que ahí los juncos son altos y sirven para hacer las canastas tejidas. en la estancia Moat comíamos lechuga, repollo, nabo, todas las verduras salían en el campo, y como papa el administrador de estancia la carne no faltaba tampoco”, relata la mujer.
Río Grande era muy distinto entonces. Por esas épocas, las personas dejaban la puerta de la casa abierta, la ropa colgada afuera: “Nadie te tocaba nada, antes era todo muy familiar, de todas maneras, la gente siempre fue muy solidaria”, añora Isabel.
Hoy, se expresa su gratitud, por los logros que considera los más importantes que consiguió: “Estoy muy orgullosa de mis hijos, por lo que les pude dar. Porque si bien yo ganaba poquito les di el estudio. Mis hijos siempre fueron mi motor. La vida no fue fácil; antes no era común que una mujer estuviera sola, o separada y que criara a sus hijos sola. Ahora es más común, pero antes para mí fue muy difícil criarlos”, dice con satisfacción.
Si le tocara encontrarse con la Isabel de hace muchos años atrás, ella le diría que haga lo mismo: que siga trabajando para salir adelante.
“A las mujeres de Rio Grande les diría que siempre luchen y que nunca dejen de luchar. A las mujeres de Río Grande le diría que hagan lo mismo que hice yo luchar por los hijos. Y a Río Grande le diría ¡Gracias! Por todo, porque acá pude hacer mi vida, vivirla tranquila y criar a mis hijos”.