Marilina Henninger
Empresaria: Liderar desde el compromiso con la comunidad

Marilina está casada, es madre de dos hijas y orgullosa abuela de Justo. Empresaria desde hace más de dos décadas, nació en Ushuaia y es hija de inmigrantes españoles e italianos. Su infancia transcurrió en la ciudad del fin del mundo, en un entorno donde —según recuerda— las costumbres eran distintas, se vivía con más solidaridad y unidad, y siempre había una quinta o un vivero en casa. Aún hoy, observa con agrado cómo esas prácticas siguen vigentes en las Islas Malvinas.
Cursó sus estudios en la Escuela Nº 3, una escuela pública donde sus padres estuvieron profundamente comprometidos: su papá como vicepresidente de la cooperadora y su mamá en presidenta del Club de Madres. Gracias al esfuerzo colectivo y sin ayuda del Estado, lograron construir el primer gimnasio escolar. Ese espíritu de comunidad marcó su infancia y dejó una huella imborrable. Hasta hoy, conserva vínculos con excompañeros y docentes.
De pequeña le decían “La Osa”, apodo que nació por su hiperlaxitud y por su preferencia por la lectura y la escritura antes que por las actividades físicas. Le avergonzaba correr o participar en deportes, y solía sentirse un lastre para los equipos. En cambio, se refugiaba en los libros y soñaba con ser escritora, encontrando en ese mundo interior una fuente de creatividad y libertad.
Sabe que se parece mucho a sus padres. Su papá fue bombero voluntario, participó del comité de guerra durante los conflictos con Chile y en Malvinas, y fue impulsor de diversas instituciones como el Club de Pesca, el Club de Leones y la asociación Hain. Su madre también tuvo una intensa actividad social. Ambos fueron modelos de compromiso y servicio, valores que ella heredó con convicción.
Durante la primaria, Marilina fue una alumna ejemplar, siempre destacada como mejor compañera y reconocida con medallas. Sus padres le inculcaron el valor del esfuerzo, la responsabilidad y la búsqueda constante de la perfección, lo cual marcó su manera de encarar la vida. Ya en la adolescencia, comenzó a buscar un poco más de libertad, a disfrutar y relajarse frente a tantas exigencias. Recuerda cómo su papá la esperaba a la salida del boliche, siempre atento.
Aunque nunca le gustó exponerse políticamente, desde joven participó como delegada de curso y estuvo involucrada en la política estudiantil, con un claro interés por mejorar su entorno escolar. Luego, se mudó a Buenos Aires para estudiar Periodismo y Comunicación Social. A los 19 años comenzó a trabajar en el Congreso de la Nación, como parte del equipo del senador Oyarzún, una experiencia que considera profundamente significativa. El Congreso, su arquitectura y su historia, siempre la fascinaron. Aún hoy, le genera emoción recordarlo.
Fue allí, en medio de la efervescencia política de la reforma constitucional de 1994, donde conoció al que sería su esposo. Se encontraron por primera vez mientras ella trabajaba en reactivar el centro de estudiantes y él, joven abogado recién recibido, se ofrecía para asesorarlos. Se conocieron en ese contexto y compartieron más tiempo en un salón con barra que era punto de encuentro de estudiantes. En menos de un año se comprometieron y se casaron en junio de 1994.
Juntos vivieron el proceso de provincialización de Tierra del Fuego y la conformación de su sistema judicial. En 1993, su esposo fue seleccionado para integrar el poder judicial, lo que los motivó a regresar definitivamente a Río Grande.
Marilina comenzó a trabajar en la AFJP del Banco Nación durante tres años. Luego nació su primera hija y se lanzó como vendedora de seguros. Emprendedora nata, formó una boutique junto a una amiga, y más adelante creó su propia empresa de cobranzas, inicialmente trabajando para CTI en Río Grande, luego expandiéndose a Ushuaia, Santa Cruz, Mendoza y más adelante toda la Argentina
Hacia el año 2000, CTI —entonces parte del Grupo Clarín— fue vendida a inversores norteamericanos que finalmente vendieron al grupo Slim . En medio de esa crisis, Marilina fue elegida como representante de cobranzas para toda la Patagonia, lo que la impulsó a formalizar su empresa. Durante 23 años dirigió tres compañías, dedicadas a la telefonía y las cobranzas. Hoy está al frente de una franquicia dedicada a los chocolates.

Marilina reconoce que su generación fue una bisagra. Durante años, sintió culpa por dedicarse al trabajo a tiempo completo, arrastrando la creencia social de que debía ser ante todo madre y esposa. Pero siempre encontró en su pareja un apoyo incondicional, lo que le dio la seguridad para crecer y desarrollarse. Su formación en comunicación, publicidad y su experiencia en el mundo financiero la ayudaron a consolidar su empresa y coordinar equipos multidisciplinarios, incluidos abogados.
Fue una de las impulsoras del programa “Río Grande se prende”, que nació como una iniciativa para fortalecer los centros comerciales a cielo abierto, en una época donde lo social solía recaer en las mujeres, pero lo comercial era terreno poco explorado por ellas. La primera edición contó con más de 100 comercios y se realizó en el marco del aniversario de la ciudad d. Su objetivo siempre fue promover la identidad local, valorando las costumbres, la historia y a su gente.
Ese programa, del cual se siente profundamente orgullosa, trascendió las fronteras de la provincia y se aplicó en otras regiones del país. El manual de procedimiento que escribió fue patentado y puesto en marcha por primera vez en Santa Fe. Considera al centro comercial de Río Grande como uno de los mejores de la provincia, destacando su amplitud, oferta y precios.
Para ella, la articulación entre el sector público, privado y cultural es clave. Siempre trabajó a pulmón, rodeada de equipos voluntarios y otras mujeres de la Cámara de Comercio con quienes logró grandes cosas.
Marilina se ha destacado por su fuerte compromiso con el cuidado del ambiente y el empoderamiento de las mujeres en su comunidad y como miembro de la Asociación Basura Cero, impulsó una jornada de limpieza a lo largo de la Ruta Nacional N° 3, que une las ciudades de Río Grande y Ushuaia. La iniciativa convocó a más de ciento treinta voluntarios que se organizaron en grupos para abarcar diferentes tramos de la ruta. Además, logró articular la participación de instituciones públicas, organizaciones sociales y empresas privadas que colaboraron con herramientas y logística.
Como parte de su colaboración con la ONG Voces Vitales, Marilina Henninger impulsa distintas iniciativas que celebran el liderazgo femenino y promueven la participación activa de las mujeres en sus comunidades. En el marco de las actividades por el Día Internacional de la Mujer, participó de una jornada de limpieza que se desarrolló a nivel mundial, combinando el compromiso ambiental con una mirada de empoderamiento colectivo.
Si pudiera hablar con la Marilina de hace veinte años, le diría que sea más osada, que asuma un rol protagónico sin temer al error, que de todo se aprende y que hoy, ante cualquier traspié, simplemente se ríe.
A las mujeres de Río Grande les diría que la independencia económica es la base de la libertad, que no hay que depender de nadie para salir adelante, y que además de buscar bienestar económico, es fundamental aprender a amar esta ciudad. Río Grande puede ser muy generosa, y ofrece una calidad de vida difícil de encontrar en otros lugares.
Siente un amor profundo por su comunidad y una necesidad genuina de dejar una huella. Cree firmemente que es importante recuperar el espíritu de quienes construyeron esta ciudad con esfuerzo y compromiso. “A Río Grande, por su cumpleaños, le diría que se la crea un poco más, que aunque cumpla 100 años aún es joven y tiene muchísimo potencial. Pero no debe olvidar su historia, ni su cultura, ni su patrimonio”. En la diversidad, asegura, está el verdadero valor.
Marilina se define a sí misma como una mujer inquieta, muy fueguina, profundamente orgullosa del lugar en el que eligió vivir.
