Sarita Carolina Ena Sutherland

Pionera de Río Grande y en la enseñanza del idioma inglés

Sarita nació el 23 de diciembre de 1917 en Punta Arenas, Chile; debido a la falta de infraestructura médica en Río Grande, Tierra del Fuego, a Sarita la anotaron en Punta Are­nas, pero tiene toda la documentación argentina. Hija de Guillermo Sutherland Mac Donald (escocés) y Sara Carolina McPhee Clifton (oriunda de las Islas Malvinas), regresó a las tierras fueguinas a los seis días de vida. Su familia se estableció en la Estancia Teresita (posteriormente Estancia Los Cerros). Allí su papá en ese tiempo fue administrador de Sara Braun en la Estancia Teresita.

Su niñez estuvo marcada por la vida rural y la convivencia con los pueblos originarios: decía que tiene que hacer un libro sobre los niños indígenas, los Onas -acá nadie menciona a los chicos-. Sara jugó con ellos en la Es­tancia Teresita; iban los padres a esquilar y ponían los toldos que hacían a la orilla de un cerro, cruzando una parte alambrada que había, ella se escapaba a jugar con ellos. Jugaban un tipo de mancha; sus padres tenían muy buena relación con los Onas. Sarita hablaba en castellano con ellos, y es­taban vestidos como ellos; no tenían puesto quillangos. Tiene buenos recuerdos de los chicos onas, y conoció a muchos; su compañera era Adela, y estaban rodeados de muchos Onas que iban a la casa -había muchos Onas en ese tiempo, una gran cantidad-.

Cuando tenía unos seis años, Sarita vivió de cerca las manifestaciones de peones que coincidieron con la Patagonia Rebelde. Recordaba que su padre le dijo que no salieran afuera; cuando ella miraba por la ventana a un grupo grande de hombres que se acercaba -no pasó nada, pero tuvimos miedo- contaba, y destacaba que casi todos eran chilenos y descendientes de indígenas. En esa época, la estancia Viamonte estaba llena de tolderías indias.

A los ocho años, se mudó a Punta Arenas para estudiar, ya que en Río Grande no había escuelas. Allí vivió con su abuela y se formó en el Saint James College (colegio inglés) y el Magellan's College, donde se destacó en el aprendizaje del idioma inglés, influenciada por la comunidad escocesa de la región. También estudió piano y violín, formándose con la rigurosidad de los profesores británicos.

Recordaba que había poca gente en Río Gran­de, y en el Club Social, en el año 1936, eran siete chicas que bailaban, y eso sucedía cuando venían las chicas del campo, porque si no, eran menos. Bailaban todos, los viejos, los jóvenes, to­dos; no estaban separados como suele suceder ahora, y a pesar de que vivían en el campo, tenían buena relación con toda la gente.

Sarita hizo el cruce de la cordillera con sus padres, con Edith (su hermana), con Garibaldi y los ingenieros de Vialidad y el jefe de Vialidad en aquella época, que era Jack Ballesteros; hicieron lo que se podría decir el viaje inaugural por el Paso Garibaldi. Lo hicieron en tres días y medio a caballo y a pie. Había sectores que no se podían ni andar a caballo y se ataban las riendas entre los caballos y los caballos iban pasando por al lado y las personas por el otro; había una senda llena de pantanos. Lo hicieron con caballos de la estancia; recuerda que fue el 2 de abril del año 1937. Algunos le dicen Paso Medina, otros, Paso Garibaldi. A Medina le gustaba explorar muchísimo; andaba por todos lados, por Policar­po, por donde no había camino. Medina fue testigo de su casamiento; él era muy buena persona. Sarita no sabe si el primero en des­cubrir el paso de la cordillera fue Medina o Garibaldi.

Conoció al joven asturiano Nemesio Menéndez Vázquez, era muy trabajador, siempre aclaró que no tenía relación con los Menéndez de las grandes estancias, aunque compartían apellido; con Nemesio se casó en el año 1939. Ya estando casados, se fueron a vivir a Estancia Río Irigoyen. Allí nacieron sus tres hijos: Lidia Irene (1940), Mario Daniel (1942) y Sonia Zani (1945). En ese tiempo todo se hacía a caballo porque no había caminos; Sarita venía al pueblo de vez en cuando. Desde la estancia para llegar al pueblo, tenía nueve horas a caballo hasta Punta María, y de allí llegaban a Río Grande con los coches de Punta María o a veces estaba su hermano con el auto y los llevaba. En los últimos años ya llegaban un poco más cerca, a Santa Ana. La vida en la estancia siempre fue de mucho trabajo, con mucha ocupación -es un lugar muy bonito, se está cerca del mar, no escarcha demasiado en invierno, en la parte de playa-, contaba Sarita. No le interesó mucho estar lejos del pueblo y de la gente, porque trabajaba mucho en distintas co­sas como en la lana, tejidos, bordados, siempre haciendo cosas; los chicos no se enferman nunca en el campo; nunca tuvo un hijo enfermo en el campo. Su hijo asistió a la Escuela Agrotécnica de la Misión Salesiana como internado y sus dos hijas al Colegio María Auxilia­dora.

La familia vivió 24 años en la estancia, enfrentando el aislamiento y el duro clima fueguino. Cuando sus hijos terminaron el colegio, Sarita expresaba: -en el campo ya no había dónde estar y qué compartir, en realidad era un poquito aburrido para la juventud, por eso nos fuimos para el pueblo-. En 1960, para educar a sus hijos, la familia se trasladó a Río Grande. -Río Grande era mucho más chico que ahora; acá estábamos como en la pampa-. Se mudó con su familia a la casa de esquina Thorne y Rosales; coincidentemente, cuando estaban haciendo la primera casa de Marina, que está en frente, y otras dos que estaban más atrás -Río Grande era todo pampa, no había cerco ni nada, todo abierto- contaba Sarita. Desde su ventana, vio crecer la ciudad.

Sarita era maestra de inglés y nunca había pensado en ejercer, pero tuvo que hacerlo, ya que le llevaban a los chicos y le pedían que les enseñe. Fue así que Sarita comenzó a enseñar inglés, una labor que la convirtió en pionera de la educación del idioma en la ciudad; llegó a tener 120 alumnos, desde niños hasta adultos, impartiendo clases en su hogar con un enfoque familiar. Iniciaba sus clases particulares a las siete u ocho de la mañana hasta la medianoche que terminaba, porque des­pués de las siete de la tarde tenía gente mayor que tomaba sus clases después de sus jornadas laborales.

En 1977, falleció su esposo, pero Sarita mantuvo unida a su familia.

En el año 1995, durante la intendencia de Jorge Colazo, fue declarada Ciuda­dana Ilustre de la ciudad de Río Grande. En reconocimiento a su labor educativa y su papel como pionera. A los 81 años, descubrió su pasión por la pintura; aunque siempre le había interesado, no se animaba a ir a tomar clases porque decía que era muy grande. Sus pinturas plasmaron los paisajes fueguinos y recuerdos de su infancia.

Soñaba con escribir un libro sobre los niños onas que conoció, para preservar su legado, porque sentía que nadie hablaba de ellos y quería que se conocieran sus historias.

En el año 2004, a los 87 años, en nombre del gobernador, viajó a la Antártida en el rompehielos Almirante Irizar, celebrando el centenario de la presencia argentina en las islas Orcadas. Ese viaje reavivó su espíritu aventurero, el mismo que la había acompañado toda su vida.

Hasta sus últimos días, Sarita enseñó inglés, pintó y compartió sus historias, desde los campos abiertos hasta la ciudad moderna que creció ante sus ojos.

Falleció el sábado 13 de julio de 2013, a los 94 años, como una de las últimas testigos de una época irrepetible y de transformación de Tierra del Fuego.

Su historia es la de una mujer que mantuvo la memoria viva del lugar que amaba y dejó una huella profunda en cada persona que la conoció, y su legado perdura en cada alumno, en cada pintura y en cada uno de los que llevan su sangre.

Fuentes: Diario Provincia 23 (22-07-2013), Documental Isla de Fuegos (Rubén Plataneo y Bernardo Veksler, 2011), Revista Todo es Historia N.° 274. Con la colaboración especial de Mónica Díaz, nieta de Sarita.