Silvia Herraez
Primera defensoría oficial del Poder Judicial de Río Grande
Silvia llegó a Río Grande por primera vez en el año 1979. En 1980 se radica definitivamente en la ciudad, y establece junto a su esposo su Estudio Jurídico.
En esa época los abogados venían de la ciudad de Ushuaia, ya que acá no había tribunales y la justicia se impartía desde la capital de la provincia. Su Estudio Jurídico estaba ubicado sobre calle Belgrano y les alquilaba el local Rosario Díaz López, quien les sugirió realizar una ‘inauguración formal’ pues consideraba que era la mejor publicidad tratándose de una comunidad tan pequeña. Ella misma contribuyó confeccionando las cortinas del local y ayudó con la preparación de un ágape para recibir a las autoridades del pueblo. Recuerda que la inauguración del Estudio fue muy peculiar pues Río Grande tendría 6 mil habitantes aproximadamente y, entre otras personalidades, concurrieron el Intendente Vicente Ferrer, sus Secretarios de Finanzas Elena de Mingorance, de Gobierno Rubén Baliño y de Obras Públicas Carlos Torres, el Director de Radio Nacional Miguel Bercier, el Comisario del pueblo y el cura Miguel Bonuccelli, quien bendijo las instalaciones.
Inmediatamente las mujeres comenzaron a consultarla y la problemática que planteaban no difería de la actual: violencia de género, discriminación por su sexo, problemas de tenencia, alimentos, divorcios, etc. La gran diferencia era la ausencia de herramientas jurídicas adecuadas para resolver los conflictos porque no había un juzgado radicado en el pueblo y, en consecuencia, el área del Derecho de Familia era inexistente. En esa época la justicia en Río Grande estaba personalizada en la figura de don Roberto Wilson, quien era Juez de Paz lego (es decir no abogado y que resolvía los conflictos según su “leal saber y entender”, pues así lo establecía el Decreto Ley 2191/57 que regía todo el sistema jurídico del Territorio Nacional de Tierra del Fuego)
En 1979 Tierra del Fuego no era aún provincia y Río Grande también contaba entre sus autoridades con el Comandante del B.I.M. 5 quien, como parte de la Marina Argentina, ejercía una fuerte influencia sobre la comunidad y sus relaciones. Así, tanto el Juez de Paz lego como el Comandante del B.I.M. 5 revestían una verdadera autoridad “mediadora” frente a los conflictos, no sólo por la influencia de las instituciones a las que pertenecían sino también por las cualidades personales en virtud de las cuales habían sido designados.
No obstante Silvia recuerda que, ni la carencia de infraestructura (ausencia de Juzgado), ni la falta de leyes protectivas, era obstáculo para impartir justicia. Recuerda un caso emblemático sobre tenencia de menores, que por su especial particularidad resulta digno de destacar: Una mamá tenía la tenencia de hecho de su hijo. Se encontraba separada de su esposo, quien era de nacionalidad chilena radicado en aquel país. Para aquella legislación la patria potestad recaía exclusivamente sobre el padre, y ante ello la mujer argumentaba su temor de que si el niño era trasladado por su padre a Chile podría éste negarse luego a su restitución, vulnerando los derechos que le confería la ley argentina.
En la audiencia llevada a cabo al efecto el padre se obligó ante el Juez de Paz a no trasladar al menor a Chile, incumpliendo luego la obligación asumida y llevando al menor al vecino país.
Entonces Silvia inició tramitaciones y junto a su clienta fueron hasta el domicilio particular del juez a reclamar (recuerda que así fue porque se trataba de una cuestión urgente y el Juzgado estaba cerrado), y fue así como el Juez de Paz Roberto Wilson y la madre tomaron un colectivo y viajaron hacia Chile, regresando con el niño: Un claro ejemplo de cómo se impartía justicia aún con ausencia de normas e instituciones especiales.
La comunidad era muy pequeña, y el contacto y conocimiento personal de sus miembros traía como consecuencia una profunda humanización del derecho. Destaca que esta humanización era abonada por la importante presencia en Río Grande de pobladores de origen chileno, que sentían profundo respeto hacia las autoridades y las leyes argentinas. Estas características socio-culturales determinaron que Silvia fuera considerada con especial respeto y consideración en el ejercicio de su profesión de abogada. Gozaba de la confianza extrema de las mujeres del pueblo e incluso era convocada para ser testigo de transacciones comerciales u otros actos, que merced a su presencia, se perfeccionaban con un apretón de manos y otorgándole validez a la palabra empeñada. Así, por ejemplo, las partes se prometían delante de ella al pago de los alimentos, o se entregaban dinero y se otorgaban recibos en su presencia, fijaban el régimen de tenencia, dividían bienes matrimoniales, etc. Hoy, luego de transcurridos tantos años, concluye que aquel actuar social era parte de la particular conformación poblacional y la necesidad de las mujeres de poder confiar en una abogada “mujer. Según el caso, recuerda también que acudían ante el Comandante del Batallón para mediar los conflictos.
En su carrera también luchó contra la violencia de género. Recuerda el caso de una mujer que sufría violencia física y psicológica, al punto de perder un embarazo como consecuencia de la misma. En una de las golpizas y en estado de emoción violenta, le dio muerte a su esposo. La mujer llegó a la comisaría toda ensangrentada, sin poder explicar los hechos en virtud de su estado de shock. Como no existía Cárcel de Mujeres, permaneció privada de su libertad en la Comisaría local y luego fue trasladada a Ushuaia. El Juzgado Federal de Ushuaia que entendía en la causa fijó la audiencia indagatoria para un día lunes a las 7:30 hs, Silvia menciona este hecho como demostrativo de la ausencia de tolerancia o trato especial por la distancia de aquellos que vivían en Río Grande.
Recuerda entre risas que a las siete y media de la mañana de aquel invierno Ushuaia estaba totalmente nevada, y ella estaba embarazada de su hija Jorgelina (la misma que posteriormente se escondía a comer las galletitas del juez en la inmensa caja fuerte que tenía el Juzgado de Paz en Río Grande, mientras ella conversaba con aquél de asuntos jurídicos). Así, con una gran panza se dirigía al Juzgado Federal carpeta y leyes en mano, para asistir a su defendida por el homicidio cometido. Debía descender 3 cuadras con las veredas repletas de nieve, con calles en esa época de tierra y solo escalones con una baranda de madera. Ante la adversidad y el hielo lavado, preguntándose qué hacer (o cómo bajar) se sentó, miró para todos lados porque estaban las calles totalmente oscuras, apoyó la cola en el piso y con la ayuda de sus pies se deslizó cuadras abajo. Dice ”… así era por esas épocas. Había que ponerle ganas, poner todo de uno mismo para tratar de defender a su clienta”.
Recuerda que con el advenimiento de la democracia en el año 1983, uno de los Ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación viaja a Ushuaia, como parte de una inspección de superintendencia que estaba realizando la Corte en la Patagonia. Entonces, a fin de demostrarle la verdadera indefensión que implicaba no tener juzgado en Río Grande, los pocos abogados que ya se habían radicado en el pueblo resuelven invitarlo para que vea con sus propios ojos la necesidad de la creación de los organismos de justicia en la ciudad. Y para que el ministro comprobara lo que significaba tener que cruzar la cordillera transitando por un camino de tierra distante 240 kms. hasta Ushuaia, que era donde estaba el juzgado (que incluso en invierno se cortaba por la acumulación de nieve), deciden invitarlo a realizar el viaje por la ruta 3, es decir, por “tierra”. Nada más regresar a Río Grande, el ministro dijo: en 6 meses van a tener un juzgado letrado, promesa que por supuesto cumplió totalmente.
Se creó así en Río Grande el primer juzgado letrado durante la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín, el cual posteriormente sería transformado en el actual Juzgado Federal durante la presidencia del Dr. Carlos Menem. Fue designado juez de aquel juzgado el Dr. Jorge Amena, y su hermana Lilian Herraez fue designada Secretaria, y posteriormente sería designada Jueza Federal.
Recuerda también como dato gracioso de aquella realidad, que cuando no existía Juzgado en el pueblo, los detenidos eran indagados en Ushuaia, para lo cual se autorizaba el trasladado del preso “por tierra” a Ushuaia, en compañía de una custodia policial y el abogado, y que la mayoría de las veces viajaban todos juntos en el auto del abogado defensor. Así, el abogado pasaba a buscar al detenido y la custodia por Comisaría y juntos viajaban a Ushuaia, debiendo comprometerse el abogado ante el Comisario a entregar el detenido en el Juzgado Federal, y traer de regreso a Río Grande al policía.
A partir del año 1980 y como consecuencia de la radicación de la industria al amparo de la Ley 19.640, Río Grande vivió una verdadera explosión demográfica, que trajo múltiples conflictos en el área laboral. Ello determinó la necesidad de crear en el ámbito del Juzgado una Secretaría Laboral en forma urgente. Entonces el Juez Amena le propone ocupar el cargo de Secretaria Laboral. Al principio Silvia duda, por que ejercía su profesión de abogada y le gustaba, defendía a las mujeres y a sus clientes y era muy feliz haciéndolo; no obstante acepta la designación.
Posteriormente fue designada Defensora de Pobres, Menores, Incapaces y Ausentes, y ante la posterior renuncia del Juez asume la subrogancia (suplencia) del juzgado, resolviendo casos emblemáticos y difíciles; siempre con carencia de recursos materiales y herramientas jurídicas. Corría el año 1990, y recuerda un hecho delictivo sangriento respecto de cuya escena del crimen el personal policial pretendía relevarla por su condición de mujer, argumentando que el escenario resultaba inapropiado para ella; al punto tal que desde la Comisaría le comunicaron “…usted no se haga problema doctora, venga mañana, no hace falta su presencia, hay mucha sangre… no hace falta que venga”.
A raíz de varios hechos delictivos importantes, y a la luz de ejercer la magistratura una mujer, Silvia fue entrevistada por un periódico que tituló la nota “La mujer en lugares de decisión¨, ¡como destacando que era raro una mujer en un lugar donde se toman decisiones de esa naturaleza, y como podía suceder eso! Tan anecdótico, que Silvia enmarcó el recorte de esa noticia.
Frente a un hecho posterior, en el cual debió ordenar un allanamiento en la Comisaría local, el periodismo tituló la nota “Subordinación y valor”, destacando que el personal policial involucrado debía comparecer a brindar explicaciones de lo sucedido ante una jueza joven y mujer.
Por su físico pequeño y su juventud Silvia procuraba vestirse siempre con ropa muy seria, porque la formalidad que traducía la vestimenta o el atuendo eran signos de autoridad y, en esas épocas, donde la igualdad de género no tenía la relevancia actual, aquello marcaba la diferencia.
En 1994 se crea la Justicia Provincial y Silvia se presentó para ocupar un cargo como Defensora Oficial allí, puesto que consideraba que tenía suficiente experiencia y en la nueva Defensoría habría que organizar desde los muebles hasta la modalidad de trabajo. Mientras se hacia el traspaso, durante 3 meses, no hubo en Río Grande Defensoría Oficial. El tres de octubre de 1994, el primer día de trabajo de la defensoría, después del ágape, de cortar cinta y que cada uno fuera a su lugar de trabajo, cuando Silvia llega a su despacho se encuentra con una fila larguísima de gente por atender. Con personal nuevo y sin experiencia el inicio fue dificultoso. Es así que los reunió a todos y les dijo: “Vamos a ir haciéndolos pasar de a uno y los vamos escuchando, ustedes toman nota y después nos sentamos a ver qué hacemos con cada caso, a cuál le otorgamos prioridad”. La tecnología de la denominada ´globalización´ estaba recién llegando: Una de las empleadas más antiguas a la cual le habían entregado una computadora le dijo a Silvia: “ ¿Doctora discúlpeme pero no sé usar la computadora, no me consigue una máquina de escribir? “. Entonces pidieron una máquina de escribir para volcar los numerosos reclamos de la gente. Y fue así, de a poco, organizando todo en carpetas y archivos, máquinas de escribir mecánicas y papel carbónico mediante, que se fue poniendo en marcha la Defensoría Oficial para asistir a menores, pobres, incapaces y ausentes.
A través de su carrera judicial, Silvia llegó al cargo de Defensora Mayor, que es quien comanda y organiza el grupo de defensores; grupo que se fue generando con los años. Fue un trabajo de un desgaste muy grande, que a veces generaba mucha impotencia porque el Estado no siempre acompañaba las políticas judiciales, tampoco existían tantas herramientas; después se fueron creando por ejemplo medidas cautelares urgentes, ley de violencia de género, refugio para mujeres.
En el año 1999 decidió concursar para ocupar el cargo de Juez Civil y Comercial; habiendo sido designada para el mismo por el Consejo de la Magistratura de la Provincia.
Era un área muy amplia, muy interesante, y el trabajar “del otro lado del mostrador” significó para ella una renovación, una verdadera ampliación mental que le generó y una mejor y mayor visión del derecho. Recuerda una de sus primeras ferias judiciales en que debió continuar atendiendo las cuestiones del área de minoridad y familia por subrogancia (suplencia) del juez que era titular de ese juzgado. Había poca gente en Rio Grande por ser época vacacional, y faltando 10 días para que regresara el juez titular, se presenta una acción de Amparo solicitando al Juez que autorice la interrupción de un embarazo. Se encontraba gestando un futuro bebé anencefálico, lo que conllevaba la necesidad de interrumpir el embarazo lo antes posible, pero la madre no estaba segura y manifestaba su deseo de que “la justicia la ayudara a tomar la decisión”. Fue muy duro emocionalmente. A la vez, la gente opinaba por los medios de comunicación respecto de si la jueza debía autorizar o no el aborto, pues siendo una comunidad muy pequeña y un caso particular, se había popularizado la noticia. Afirma que “siempre encontró placer en el acto de caminar porque te permite abrir la mente y pensar para tomar las mejores resoluciones” (uno de los legados de su padre). Recuerda que al caminar por las calles del pueblo junto a su esposo le pedía consejos desde su punto de vista como padre, requiriéndole “qué haría él cómo papá”. Silvia escuchó a toda la familia del bebé anencefálico antes de tomar una decisión. Dada la conmoción que ocasionaba el hecho, recuerda haber recibido una carta de un ciudadano de Río Grande manifestando que lamentaba que como jueza tuviera el gran peso de tomar esa decisión; una anécdota que demuestra que Río Grande aún era un pueblo y su gente se sentía muy cercana a la justicia. Esa carta Silvia la tuvo atesorada por mucho tiempo, pues era una muestra del afecto y la comprensión de la gente de la ciudad.
‘No hay casos fáciles’, explica, porque uno trae una carga de valores y prejuicios propios que debe evitar lo confundan al momento de tomar una decisión importante.
Silvia dejó surgir su femineidad en un ambiente de varones, y luchó contra sus sensaciones y sentimientos para tratar de ser objetiva. Fue su gran lucha. Lo importante siempre –afirma- es cuestionarse si eso es lo correcto, más allá de ser hombre o mujer.
Como Juez Civil y Comercial siempre trabajó en equipo y sintió una verdadera necesidad de priorizar a las mujeres en el Juzgado a su cargo, quizás por manejar códigos en común o sentirse más cómoda y protegida. Por ello, la mayoría de su personal era mujer.
Dice que ser jueza en una ciudad tan chica “acerca a la idiosincrasia del lugar”, y que “la humanidad se pierde en gran medida en la gran ciudad”. Sucedía a menudo que se cruzara en la calle con personas que estuvieron relacionadas con juicios o casos que tramitaran en el Juzgado del cual era Juez y, ante ello, era necesario tener la conciencia tranquila y estar segura que se tomó la decisión con imparcialidad. Así, aún hoy, puede caminar libremente por las calles de Río Grande y la gente le demuestra su afecto.
Recuerda una causa política muy difícil, relacionada con el artículo 107 de la Constitución Provincial que regla la iniciativa popular, que es el derecho de la gente a peticionar. Habían pasado muchos años desde la sanción de la Constitución y la norma no estaba aún reglamentaba pues el Poder Legislativo no había sancionado la ley que regulara el ejercicio del derecho que establecía la norma constitucional.
Fue así como se presentó un amparo ante el Juzgado a su cargo, resolviendo ordenar a la Legislatura que reglamentara el ejercicio del derecho, cuestión que generó mucho revuelo político. No le gusta la política afirma, pero refiere que tuvo que hacerlo en virtud de su obligación legal de expedirse, y aclara que fueron sentencias que posteriormente la Cámara de Apelaciones confirmó.
Un fallo respecto del cual se siente satisfecha y orgullosa es el del “saneamiento del río Grande”. Una ONG había presentado una denuncia en la que afirmaba que las aguas del río estaban contaminadas. Para fallar tuvo que investigar, conocer qué pasaba, contactar expertos, reunir antecedentes, jurisprudencia, etc. Estaban demandados la Provincia de Tierra del Fuego y el Municipio de Rio Grande. Se afirmaba que los demandados incumplían sus obligaciones de saneamiento y protección del medio ambiente al permitir que los pobladores costeros arrojaran todo tipo de residuos al río. No había sistemas cloacales en algunos barrios linderos al río, y la gente instalaba caños que conducían al río los residuos sin ningún tratamiento previo, y así contaminaban las aguas.
Confrontaban en ese caso la dura realidad de la explosión demográfica con las necesidades económicas de la población, y las obligaciones a cargo del estado, de difícil cumplimiento pues se necesitaban cuantiosos estudios técnicos y complejas obras de infraestructura ambiental.
Silvia ordenó analizar las aguas. El primer inconveniente que había era el lugar al cual llevar a analizar las aguas, pues debía tratarse de un laboratorio que no fuera influenciado por ninguno de los gobiernos y la provincia carecía de los mismos. Dice que “no podía generarse en el futuro la menor sospecha respecto del análisis, pues ello hubiera significado que la comunidad dudara no solo de la resolución propiamente dicha, sino también de la imparcialidad del Poder Judicial, que se encontraba en juego al habérsele confiado un conflicto de esa magnitud”.
La ciudad de Río Gallegos fue el lugar elegido, pues contaba con un laboratorio apto para el análisis, el que al practicarse confirmó que las aguas estaban contaminadas. Luego del desarrollo del juicio, Silvia dictó sentencia ordenando a la Provincia y al Municipio que adoptaran medidas de saneamiento del rio, dando inicio así a una etapa de toma de conciencia ambiental en nuestra ciudad.
El derecho siempre estuvo vinculado a la vida personal de Silvia, quien se crió en el seno de una familia de abogados. Su padre ejerció la abogacía y se jubiló como Juez de una Tribunal Colegiado. Su esposo, su suegro, su hermana, su cuñada, sus hijas y su sobrina forman parte de la lista de profesionales del área. Son profesiones –dice- “que si se ejercen con entusiasmo, dedicación y sentido de justicia finalmente se heredan. “La empatía es un requisito esencial para luchar por los derechos, y obviamente, también para resolver sobre los mismos”, afirma.
Hoy la situación ya no es la misma que hace 30 o 40 años: El Poder Judicial está compuesto por más jueces y funcionarios y existen muchos más medios. Se han creado institutos modernos de resolución de conflictos como la mediación, se han sancionado leyes de protección a las mujeres como la ley del aborto, etc.
De todas maneras el mundo sigue siendo complejo. El hombre decide sobre el bien y el mal, y si a eso le agregamos la carga de decidir sobre lo justo e injusto, resulta una tarea tremendamente difícil y muy comprometida, que requiere de mucho más tiempo y esfuerzo de lo que Silvia se había imaginado, pero considera que valió la pena.
Tomar la decisión de radicarse en Río Grande y abrazar la carrera judicial abandonando el ejercicio de la abogacía fueron dos decisiones que marcaron su vida, y analiza que ambas valieron la pena: si viajara al pasado y se cruzara a ella misma se diría que no sufra tanto por esas decisiones, que todo estaba en su personalidad y esencia y que debería haber confiado más en ella misma.
Un mensaje que les daría a las mujeres de Río Grande es que es importante que sigan su esencia de luchadoras, de buscar siempre lo bueno y lo justo.
Silvia cree mucho en esa esencia luchadora y valiente de las mujeres, por esto les diría que sepan que no está todo hecho, que hay mucho por hacer, que no deben dejar nunca de buscar nuevas fórmulas para hacer de este Río Grande un lugar más justo y mejor para todos. Silvia hizo lo que pudo con los precarios elementos que había entonces; hoy existen muchos más, pero no hay que dejar de buscar y crear más y mejores fórmulas, superadoras, que permitan a la comunidad vivir en paz y ser mejores personas.
Madre de tres hijos nacidos en el Hospital Regional Río Grande y abuela de cinco nietos riograndenses, ejerció el derecho en los años más duros y difíciles de lo que fue el ex – Territorio Nacional de Tierra del Fuego, y participó activamente del esfuerzo que implicó dar inicio al Poder Judicial de la Provincia en sus orígenes en el año 1994. Es egresada de abogada en la Universidad Nacional del Litoral, Magister en Derecho diplomada por la Universidad Austral y realizó un posgrado de la Universidad de Salamanca (España).
Actualmente y luego de más de 40 años de carrera jurídica se encuentra retirada. Dice que “lo material es efímero”, y que su pretensión es trascender a través de sus hijos y nietos y toda su familia. Por ellos lucha. Especialmente, para que Río Grande sea un lugar más justo y mejor. Con ello, se siente satisfecha y en paz.