Florencia Angélica “Lita” Rojas Gutiérrez
Presente, ahora y siempre
El cartel que hoy se levanta frente al Casino de Suboficiales del BIM 5 en Río Grande lleva el rostro de Florencia Angélica Rojas Gutiérrez y una frase que interpela al tiempo: “¡Presente! Ahora y siempre”. Ese mural no es solo un recordatorio; es una herida que sigue abierta en la memoria colectiva, una advertencia para que nunca más se repita la barbarie.
Florencia tenía 27 años cuando fue asesinada. Era docente y vivía en Caleta Olivia, donde trabajaba y participaba activamente de su comunidad. Cuando perdió su empleo, decidió viajar a Río Grande, Tierra del Fuego, donde vivía una de sus hermanas. Allí continuó su vocación, trabajando como maestra en la Escuela N°8 y colaborando en la parroquia, preparando a niños y niñas para recibir la primera comunión.
El 13 de diciembre de 1982, Florencia compartió un café con sus amigas en la confitería del Hotel Ibarra. El ciclo lectivo había terminado y planeaba viajar a Catamarca para pasar las fiestas con su familia. Esa noche, junto a tres amigas, subieron a un Renault 12 para dar una vuelta por la ciudad. Mientras cruzaban frente al Casino de Oficiales del Batallón de Infantería de Marina N°5, un centinela abrió fuego contra el vehículo. Las jóvenes, con los vidrios cerrados y música alta, no oyeron ninguna advertencia. Creyeron que los ruidos eran fuegos artificiales por el fin de clases, hasta que Florencia, desde el asiento trasero, murmuró: “Me duele la pierna”. La bala le había destrozado órganos vitales.
Fue trasladada al Hospital Regional de Río Grande, donde intentaron operarla, pero la herida era mortal. Según relatan sus hermanas, los militares intentaron encubrir el crimen: ofrecieron dinero, pensiones y hasta intentaron plantar armas en el auto para justificar el ataque. “Nos ofrecieron una pensión vitalicia para mis padres, el traslado del cuerpo, como si eso pudiera tapar lo que habían hecho. No aceptamos nada”, contó Matilde Rojas, su hermana.
El entonces jefe del BIM 5, el contraalmirante Carlos Robacio, reconoció frente a los familiares que estaba “pasado de copas” y que había dado la orden de disparar. Aseguró que se trató de un accidente y sostuvo que el centinela confundió el auto con otro que, supuestamente, había pasado minutos antes profiriendo insultos contra los militares. Florencia y sus amigas no pertenecían a ningún partido político, ni militaban en organizaciones. Eran docentes, catequistas, amigas.
Nely Gómez, una de las sobrevivientes de esa noche, relató que Robacio, al llegar al hospital, les gritó: “Las que dispararon fueron ustedes”, y cuando ella le preguntó por qué les dispararon, él solo respondió: “Nenita, cállate”. Durante la entrevista que brindó muchos años después, Gómez recordó que intentaron abrir el baúl del auto, quizás para colocar algo que les sirviera de excusa. “No matábamos ni un pajarito”, dijo, todavía conmocionada.

La noticia llegó a la familia en plena madrugada. “Mi cuñado me llamó a las dos de la mañana para decirme que Florencia había tenido un accidente. Después me volvió a llamar y me dijo que la habían matado. Por los militares. Yo no entendía, ella no hacía nada malo para que la mataran así”, relató Matilde. Desde distintos puntos del país, las hermanas y hermanos viajaron a Río Grande para acompañar el dolor. En Catamarca, sus padres esperaban que Florencia llegara de vacaciones. No sabían que el cuerpo de su hija ya estaba en camino, en un avión militar, el mismo que se les ofreció como compensación.
El hecho nunca fue esclarecido ni juzgado. La denuncia no quedó registrada. No hubo condenas. Solo el silencio, la impunidad y el dolor.
Al día siguiente del asesinato, Río Grande se paralizó. Los comercios cerraron, la comunidad salió a la calle en señal de repudio. Niños y niñas pasaban llorando frente al féretro de su maestra, incapaces de entender por qué les habían arrebatado a alguien que solo había sembrado cariño y enseñanzas.
Con los años, las organizaciones de derechos humanos tomaron el caso, manteniendo viva la memoria de Florencia. Su historia volvió a escucharse, a compartirse, a doler. No solo por ella, sino por todo lo que representa.
Hoy, algunos sectores impulsan declarar al BIM 5 como “bien histórico nacional”. Nely Gómez, firme en su postura, expresó su rechazo: “No quiero que el Batallón sea nombrado bien histórico. Es una falta de respeto a la familia, a Florencia, y a todos los soldados que también fueron maltratados en Malvinas. Robacio no fue ningún héroe. Fue un hombre común que, borracho, mandó a matar sin saber a quién ni por qué”.
La vida de Florencia fue truncada por el absurdo, por la soberbia de un régimen que ya agonizaba. Pero su memoria —como la de tantas víctimas de la dictadura— permanece viva gracias al testimonio incansable de sus hermanas, de quienes la amaron, de sus alumnos, y de un pueblo que aprendió a no olvidar.
Florencia Angélica Rojas Gutiérrez está presente. Ahora y siempre.
