Diana Alejandrina Cotorruelo
Donde enseñó, dejó su rastro

Diana nació en Basavilbaso, provincia de Entre Ríos. Su papá, Ernesto Cotorruelo, trabajaba como jefe de estación de trenes, y su mamá, Alejandrina Menta, fue el corazón de la familia. Tenía dos hermanos: Ernesto, ya fallecido, y Romeo, que desde hace años vive en España. Desde muy joven sintió una profunda vocación por la enseñanza. Se recibió de Maestra Normal, un título que en aquellos tiempos se obtenía al finalizar el secundario y que ya implicaba una gran responsabilidad: formar jovenes, transmitirles no solo conocimientos, sino también valores, afecto y ejemplo.
En 1963 llegó a Río Grande, Tierra del Fuego. No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a dar clases y, con el compromiso que la caracterizaba, asumió la dirección de la Escuela N.º 4 “Remolcador ARA Guaraní”, ubicada en el barrio del antiguo Frigorífico CAP. Por entonces, la escuela era apenas una habitación en la que convivían todos los grados, desde primero hasta sexto. A pesar de las limitaciones, Diana sembró allí su amor por la educación. Con el tiempo, se logró construir el gimnasio, una obra que en su momento significó un enorme avance para toda la comunidad.
El 24 de mayo de 1973 fue inaugurada la Escuela Provincial N.º 7 “El Abrazo de Maipú”, en una zona que en aquel entonces era apenas una vega. Diana fue su primera directora. Asumió esa tarea con la misma entrega y claridad que guiaban todos sus pasos. Su mirada pedagógica era innovadora, humana, cercana. Entendía la escuela como un espacio de contención, de construcción colectiva, de formación integral. No solo dirigía: inspiraba, acompañaba, creía.
Fue también docente del Colegio Ceferino Namuncurá, donde fundó el Instituto Pedagógico Beauvoir (INSPEBO), un gabinete psicopedagógico que funcionaba con una propuesta pionera en Río Grande. Allí se entendía que enseñar no era simplemente transmitir contenidos, sino también acompañar, observar, comprender, cuidar.
También dio clases en el Colegio Don Bosco, donde más adelante sería una de las fundadoras del Centro Polivalente de Arte, junto a otros docentes que, como ella, soñaban con un espacio donde las artes tuvieran un lugar central en la formación de las nuevas generaciones. Al principio, el Polivalente funcionó en las instalaciones del Don Bosco, hasta que obtuvo su propio edificio en la calle Lasserre. Diana fue docente y directora de esa institución que, con los años, se volvió emblema de la ciudad y de la provincia.

Su hijo, el ingeniero Pablo Havelka, recordó en un emotivo homenaje: “Estoy muy emocionado, una institución que ha marcado Río Grande, ha marcado la provincia; ha formado generaciones en las artes y realmente es un espíritu que tiene que ver con esto, con reivindicar las artes y la juventud, y esa fue la idea que tuvo mamá y todos aquellos que generaron el Polivalente de Arte. Hoy vemos cuántos profesores y cuántos exalumnos están presentes, y se cumplen 30 años con la comunidad educativa”. También recordó que “mamá era docente, luego se recibió como profesora de Filosofía y Letras; dio clases en la famosa Escuela 4 ‘Remolcador ARA Guaraní’; fue profesora del Don Bosco, y del Profesorado de esa institución; y fue además fundadora del Polivalente de Arte. Gracias a Dios, hoy el Polivalente lleva su nombre”, expresó con orgullo.
El 8 de abril de 2018, durante el trigésimo aniversario del Polivalente, el vicegobernador Juan Carlos Arcando, a cargo del Ejecutivo provincial, destacó su figura: “Ella, junto a un grupo de profesores, luchó contra viento y marea para lograr un espacio para la enseñanza de las artes. Y hoy vemos cómo muchos de los exalumnos son reconocidos artistas que incluso nos representan en distintos escenarios fuera de la provincia”.
El 23 de febrero de 1995, Diana falleció. Fue velada en el mismo Centro Polivalente de Arte, rodeada de silencios respetuosos y palabras llenas de gratitud. Su despedida fue tan significativa como su vida.
Diana fue, en cada uno de sus pasos, una verdadera maestra. En el sentido más profundo del término: formadora, guía, referente. En un rincón austral del país, muchas veces marcado por el frío y la distancia, supo construir comunidad, sembrar cultura y dejar huella. Allí donde estuvo, floreció la educación. Allí donde enseñó, quedó su rastro.
Este relato fue escrito por los testimonios de su hijo, Pablo Havelka; registros del acto por el 30.º aniversario del Centro Polivalente de Arte; documentación institucional de las escuelas en las que trabajó Diana Cotorruelo; y aportes de colegas, exalumnos y miembros de la comunidad educativa de Río Grande.
