María Silvia Andreau

Con vocación, concretó grandes proyectos para nuestra comunidad

Nació en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia amorosa de clase media. Su papá era Licenciado en Administración de Empresas y trabajaba en el Senado Provincial. Su mamá era Profesora de Inglés y trabajaba en un colegio secundario. Eran cuatro hermanos: dos mujeres y dos varones. María Silvia era la tercera.

Recuerda su infancia con mucho cariño, repleta de momentos felices. La casa de los abuelos, los fines de semana compartidos con sus primos, las tardes de juegos con amigos y el pedalear de esquina a esquina mientras sus padres conversaban sentados al sol en la vereda de la casa. Las vacaciones siempre eran en Mar del Plata y a la vuelta en la pelopincho del patio de su casa. Vivieron una niñez sencilla, pero profundamente feliz.

Comenzó la primaria en el colegio La Inmaculada, una institución de laicas consagradas a Dios. Mujeres fuertes, apasionadas, modernas e innovadoras que dejaron una gran huella en su ser. Luego de unos años en donde la familia se trasladó a Bahía Blanca, retornó al mismo colegio a reencontrase con sus compañeras de la infancia, pero ya en otro período de su vida. Era una adolescente tímida, pero tenía un grupo de amigas muy unido que la animaba a participar en distintas actividades. Disfrutaba mucho de los deportes, de leer y de escuchar música. Terminó el secundario con la convicción de que debía continuar estudiando. Le costó decidir que elegir. Le gustaba todo y muy especialmente la matemática y la física. Su hermana mayor ya había iniciado el profesorado de inglés, y entonces ella decidió que seguir con la tradición familiar era el camino más seguro. Su mamá, figura clave en ese momento, la alentó a que así fuera y el primer año de su carrera universitaria confirmó que estaba en el lugar correcto. La docencia era su vocación.

A los 21 años, su vida cambió por completo. Apenas alcanzada la mayoría de edad se casó con el amor de su vida, Luis, un joven y apuesto oficial de marina. Poco después se recibía de teacher y a los pocos días no más, nacía su primer hijo. Luego de un breve período en la Base Naval de Puerto Belgrano, llegaron a la ciudad de sus sueños, Mar del Plata. Pero a veces, los sueños toman rumbos inesperados. En abril de 1982, su joven esposo se embarcaba en el submarino San Luis para ir a la Guerra de Malvinas. Al regresar, y luego de haber estado en combate efectivo, Luis sintió que había completado su ciclo en la carrera militar y decidió dejar la Marina. La familia había crecido. Con dos hijos pequeños y mayores responsabilidades, confiaron en la Providencia y se despidieron de la seguridad de la Armada con la certeza de que un nuevo camino los aguardaba. María Silvia, continuó trabajando en la Universidad de Mar del Plata y poco después, Luis se embarcaba como marino mercante en los buques de YPF. Durante ese período nació su tercer hijo, pero las ausencias prolongadas por las navegaciones comenzaron a afectar la rutina familiar. Fueron tiempos difíciles y empezaron a buscar un cambio.

Durante una navegación, Luis la llamó por radio para comentarle que se había abierto una vacante en la oficina marítima de YPF en Río Grande, Tierra del Fuego. Podía ser la oportunidad que estaban buscando para volver a estar todos juntos. Ella, que sólo conocía "Rio Grande do Sul", en Brasil, no se amilanó al ver la ubicación de ese otro Rio Grande en el mapa y así llegaron a esta ciudad del sur. Recuerda el día de su llegada con gran claridad: un cielo azul profundo, sin una gota de viento, y un sol radiante que parecía darles la bienvenida. Aunque sabían que no todos los días serían así, esa primera impresión fue una señal de que todo iba a estar bien.

Los primeros días transcurrieron en una casa de servicio de YPF en el Barrio Mutual. Las calles eran de barro y el frío y el viento empezaron a ser parte de su rutina, pero la familia estaba nuevamente junta. Había sueños, ilusiones, proyectos y la fuerza de la juventud. Lo esencial ya estaba. Lo demás era cuestión de tiempo…

El año estaba por comenzar y María Silvia sentía el fuerte deseo de seguir ejerciendo la docencia. En ese entonces, la ciudad estaba creciendo rápidamente y algunas escuelas tenían tres turnos -mañana, tarde y vespertino- para hacer frente a la alta demanda educativa. Consiguió horas en el turno vespertino de la Escuela de Comercio No. 1, y allí conoció a Liliana, quien se convertiría en su gran compañera de camino. Compartieron sueños e ilusiones, en una simbiosis que terminó siendo clave para lo que vendría.

Más de 35 años unidas en un proyecto educativo que comenzó a tomar forma mientras compartían una taza de té. Así nació el IFEI, que tuvo su primer aula en el garage de la casa de Liliana. Tenían grandes aspiraciones: querían lograr que los chicos de Rio Grande tuvieran la misma posibilidad de rendir los exámenes internacionales de la Universidad de Cambridge que sus sobrinos en La Plata o Córdoba. Vivir en el “fin del mundo” no sería una excusa y con ese objetivo se pusieron a trabajar. Había mucho por hacer. Tuvieron que desarrollar un curriculum que alcanzara ese nivel; traer profesoras del “norte” y animarlas a que se arraigaran en esta bella, pero, a veces, inhóspita tierra. Tuvieron que transformar la casa de Liliana en un Instituto moderno y acogedor y luego lograr convertirse en centro examinador.

Las primeras dos alumnas que alcanzaron el nivel tuvieron que viajar a Bahía Blanca para rendir el FCE, examen que pocos conocían en aquel entonces. Al año siguiente, un grupo más numeroso viajó a Río Gallegos con el mismo objetivo y finalmente el IFEI logró la distinción de ser el primer centro examinador de la Provincia. Ese año, los alumnos de Ushuaia que ya tenían el nivel, viajaron a Río Grande para rendir los exámenes. Fueron años de intenso trabajo, pero las redes familiares y comunitarias eran muy fuertes y aportaban soluciones a cualquier cuestión logística que surgiera. Por otro lado, cada docente que se iba incorporando al proyecto abrazaba la misión del Instituto, aportando su riqueza personal y compartiendo la misma pasión por enseñar.

Y como había equipo y ganas de seguir soñando en marzo de 1993 se abrió el IFEI DAY SCHOOL. Doce niños de primer grado participaron de una experiencia en la que aprendieron inglés como segunda lengua. A fin de año, el resultado fue tan maravilloso que los padres impulsaron la creación de un colegio bilingüe.

El nuevo proyecto implicó innumerables desafíos, pero también enormes satisfacciones. Buscaron a quien lideraría el área de español y así se sumó María del Rosario Uribe, más conocida como “Charo”. Las tres se convertirían, no sólo en miembros de un equipo directivo dinámico y comprometido con la excelencia sino también en verdaderas hermanas de la vida. Juntas escribieron un nuevo curriculum, eligieron cuidadosamente a cada docente y sembraron las bases del primer colegio bilingüe en la Provincia. Así nació el CADEB, Colegio Austral de Enseñanza Bilingüe, que abrió sus puertas en marzo de 1994 en locales comerciales devenidos aulas de la antigua galería Internacional, bajo la tutela de la FUNDATEC.

Hoy, al mirar en retrospectiva, María Silvia sonríe al recordar tantas anécdotas como tener que, literalmente, “palear” escombros de las aulas el fin de semana anterior al inicio de clases, antes de colgar las decoraciones de bienvenida para los nuevos alumnos o cuando se mudaron de la galería Internacional a otro espacio comercial y tuvieron que acomodarse al fondo, donde funcionaba la ex Casa Tía y cambiar el nombre original por EADEB. Cada estudiante que ve hoy, luciendo el sweater verde inglés y la pollera escocesa, le recuerda que ese uniforme fue inspirado en el que ella usaba diariamente en su querido colegio de La Plata.

Aquel sol brillante del día de su llegada fue realmente un signo auspicioso. En Río Grande nació su cuarto hijo cuando la isla aún era el último Territorio Nacional. Aquí formaron la familia que habían soñado y criaron a sus hijos con libertad y seguridad. Las calles del Barrio Mosconi se volvieron el patio de juegos de todos los chicos del barrio y la bajada del hospital en la mejor pista para el trineo. Aquí también conoció a personas que marcaron su vida y con quienes concretó proyectos que jamás habría imaginado.

La vida en Río Grande superó todas sus expectativas. Si pudiera dejar un mensaje a las mujeres de hoy, les diría que esta ciudad, que ha sido su hogar durante casi cuarenta años, todavía guarda un enorme potencial por desplegar. Las alentaría a soñar en grande, a imaginar proyectos que den forma a sus anhelos, a trabajar por ellos con pasión y compromiso buscando siempre el bien común, porque cuando los sueños se construyen con y para otros, no sólo se cumplen: se multiplican.

Y a Río Grande… a su horizonte infinito, a sus mareas extraordinarias, a sus cielos inconmensurables, a su clima siempre cambiante y a la belleza escondida en cada piedrita: simplemente, gracias. Gracias por haberles dado el espacio para crecer. Río Grande es un lugar para querer, para echar raíces, para soñar, para compartir, para construir… y para quedarse.

Hoy, María Silvia se define como una mujer profundamente agradecida. Agradecida al Cielo por cada una de las bendiciones recibidas, y a esta ciudad, por haber sido el lugar donde aquellos humildes sueños que empacaron en sus valijas no solo se hicieron realidad, sino que se multiplicaron y tocaron la vida de muchos fueguinos.