Virginia Noemí López

Primera mujer brigadista-rescatista jubilada de Defensa Civil

Virginia nació en Pilar, provincia de Buenos Aires, y disfrutó de una infancia feliz hasta los diez años, hasta que sus padres se separaron. Al poco tiempo se fue a vivir con su papá: primero a Escobar y luego a Corrientes. Allí, entre plantaciones de tomates y gladiolos, manejó tractores a los catorce años, y se mezcló con los peones; su papá la llamaba con orgullo “mi varoncito”. Recuerda aquellos veranos correntinos —cuando “la porteñita” recibía serenatas en la ventana. Acompañaba a su padre a los bailes del pueblo — como los años más lindos de su adolescencia. Recuerda -me crie como un varón-. Su padre, a quien describe como su sostén y amigo. El papá le decía -voy a tener que llevar esta mocosa al baile-. Y así fue; la llevaba a pueblos chiquitos, con pistas de arena, donde cerraban a las 12 de la noche, porque a esa hora cortaban la luz de los pueblos.

A los dieciséis volvió a ver a su mamá y, sin rencores, aprendió que en la vida de una mujer conviven dos roles: ser mujer y ser madre. En una familia tan patriarcal como la suya, el abuelo la desafió -Si tu hermano no pudo con la facultad, vos menos- Virginia, demostrando lo contrario, rindió el ingreso para la carrera de Abogacía, sacó el decimotercer mejor promedio y ganó una beca. Llegó hasta tercer año antes de encontrar —como dice— “el amor de su vida”.

Conoció a Daniel en Buenos Aires casi de casualidad -él era un chico de club, yo la nena del boliche- dice entre risas. La historia comenzó con una tarjeta de cumpleaños que él le envió sin firmar. que decía 'con esperanza y con fe'; hasta hoy no sabemos por qué. Un 27 de diciembre, sentados mirando televisión, Virginia le dio un beso; el hermano de Virginia, incómodo, se fue en alpargatas y los dejó solos. Daniel era amigo de su hermano, pero ese beso torció todos los planes: Virginia dejó plantado al novio que tenía, se subió a un micro rumbo a Junín y, con 21 años, organizó junto a su futura suegra una boda relámpago de 19 días de novio ( Hoy 43 años de casados). La boda fue una aventura -mi suegra pidió prestado un vestido de novia y a Daniel un traje. Y los anillos de su matrimonio era de ella y de su esposo fallecido. Nos casamos en Junín, con mi papá apoyándome aunque al principio no entendía nada- recuerda Virginia; y, tras una fiesta íntima, los recién casados amanecieron al grito de -¡Vivan los novios!- y acampando junto a la laguna de Junín.

Poco después, ella armó las valijas y se mudó a Tierra del Fuego sin conocer el sur. Empezando una nueva vida, a los 11 meses de casado nacieron las gemelas Virginia y Alejandra. Su vida en Tierra del Fuego estuvo marcada por la lucha sindical, en 1985, embarazada de su hijo varón, David, encabezó la histórica toma de la fábrica Radio Victoria Fueguina. Todo empezó cuando una compañera perdió un embarazo tras ser enviada a la línea -Con ese guardapolvo verde, Virginia, vos, tu panza… yo salgo- dijo Virginia, y se plantó frente a los portones de la fabrica. Aquella represión le dejó seis meses la marca de un gomazo, pero también el orgullo de haber defendido a las suyas.

Ya metida de lleno en la política —y dueña declarada de un “amor por los micrófonos” que la hace sentirse una actriz frustrada—, recibió el apoyo total de Daniel -Hombres hay muchos, mujeres hay pocas; yo cuido a los chicos y vos seguí-, le dijo él, y Virginia voló alto.

En 1989 nace su cuarta hija, Antonela, en medio de campañas políticas, sin descuidar a su familia, tomándose el tiempo de seguir cumpliendo sus roles de madre y esposa.

En los años noventa asumió la presidencia del Consejo de la Mujer; trabajó incansablemente contra la violencia de género. Sin presupuesto, recorrió fábricas y gremios para conseguir máquinas de coser, creó la primera feria de artesanas y armó una red con minoridad y la policía para intervenir rápido en casos de violencia; ella manifestaba que -la mejor defensora de la mujer golpeada es la que salió de ese círculo y acompaña a otra-, repetía, convencida de que antes de llevar a nadie al juzgado había que “hacerla aprender a quererse”. Una madrugada entró por la ventana de una casa, desarmó a un agresor y sacó a la madre y a los chicos; aquel caso terminó en tragedia meses después, pero reafirmó su compromiso.

A lo largo de los años, Virginia también se desempeñó como legisladora provincial (mc, después de que falleciera el legislador Raúl Ruiz), presidenta interina de Vialidad Provincial y fue la primera mujer brigadista-rescatista jubilada de Defensa Civil del municipio de Río Grande. Con orgullo expresó su satisfacción por haber pertenecido a esa repartición durante 25 años -cuando se decía que Defensa Civil era de hombres, y hoy veo muchas mujeres que están aquí y eso me llena de felicidad-.

En el año 2021 recibió por parte de la Secretaría de la Mujer del Municipio de Río Grande el Reconocimiento Virginia Chiquintel, a su labor y compromiso social.

No se define feminista, aunque siempre corrigió la vieja frase -al lado de un gran hombre hay una gran mujer; ni adelante ni atrás, a la par-. Hoy presume de cuatro hijos profesionales, se dice “abogada frustrada, pero feliz” y sigue sintiendo cosquillas cuando suena un micrófono. El camino —de Pilar a Río Grande, de los tractores correntinos a las tribunas patagónicas— se tejió con rebeldía, coraje y el “apoyo incondicional” de ese hombre que un día decidió cuidar a los chicos para que ella pudiera seguir.

Hoy, mirando atrás, reconoce que su fuerza viene de esos años difíciles. "Nací rayada, pero cada batalla me enseñó que el amor, la justicia y ahora el servicio público valen la pena".