Graciela Adriana Abat

Una vida y la idea de construir un lugar para todos

Graciela nació en Bragado, Provincia de Buenos Aires. Su papá, Perfecto Juan, tenía estaciones de servicio y su mamá, Irma Ángela Agostinelli, una mujer con raíces italianas, se dedicaba a cuidar de su casa y de sus cuatro hijos. Graciela fue la mayor, pero tenía un detalle especial: había sido adoptada de bebé en un pueblo cercano. En esos tiempos, las adopciones no eran tan formales, eran más bien acuerdos entre familias. La recibió una señora de 44 años que no había podido tener hijos, y poco después de la llegada de Graciela, nacieron sus otros tres hermanos biológicos. Graciela tuvo una infancia muy feliz y llena de cariño. Aunque no sabía de su adopción en ese momento (esas cosas no se contaban), se sentía muy querida. Hizo la primaria en la escuela de su barrio y también fue al jardín de infantes. De chica, la veían como alguien callada, pero que pensaba mucho y hacía las cosas con una intención clara. Era de las que ponían el pie para que el otro se cayera, pero en general era reservada. Su niñez estuvo marcada por el afecto y el aprendizaje. Su abuela vivía en una casita atrás de su casa y Graciela pasaba mucho tiempo con ella, viendo sus puntillas y tejidos. También visitaba a una vecina costurera, lo que la acercó a las manualidades y la volvió muy hábil. Su familia tenía una buena situación económica, fruto de mucho trabajo. Graciela creció con comodidades como teléfono y televisión en casa. Su adolescencia fue distinta a la de las chicas de Río Grande de su edad, ya que vivía más cerca de Capital Federal. Con sus primas mayores, iba y venía a Buenos Aires, compraba ropa y disfrutaba de una "vida de ciudad", a pesar de que Bragado era un pueblo a 200 kilómetros de la capital. Desde los 11 años, su papá le enseñó a manejar, y a los 14 ya sabía conducir un camión de combustible y atender en las estaciones de servicio de la Ruta 5. Ella y sus hermanas hasta juntaban propinas. Acompañaba a su papá al banco y siempre estaba leyendo algún libro. Pasaba mucho tiempo en la biblioteca y a los 16 años ya iba a cineclubes. Le gustaba jugar al Scrabble y a juegos de palabras complicadas. Aunque empezó el Colegio Nacional, no llegó a terminar el secundario.

A los 17 años, Graciela decidió que era momento de irse de casa. Quería dejar su ciudad natal y sus padres, aunque con algo de miedo, la apoyaron, la emanciparon , dándole confianza para que explorara el mundo. Su primer destino fue Río Gallegos, en 1978, un año tenso por un conflicto con Chile. Allí trabajó un mes en IKA, una agencia de Renault. Pero cuando sus dos mejores amigos, que estaban haciendo el servicio militar por la zona, volvieron a Bragado, Graciela se sintió muy sola y decidió buscar un nuevo lugar en Río Grande. Al llegar, buscó trabajo, pero no fue sencillo. El Banco Santa Cruz ya habia cerrado el concurso,.. Sin desanimarse, Graciela encontró trabajo en la carpintería metálica de Nene Martínez, en el barrio Perito Moreno. Allí conoció a varias personas, como Chiquito Martínez y Martín Torres. Su rutina era ir a la oficina durante el día y, a las ocho de la noche, volvía a su hospedaje, el Hotel Centro. Este hotel era particular, ya que muchas de las mujeres que vivían allí trabajaban en los bares por la noche. Graciela recuerda con cariño cómo el encargado, Jorge Muriel, la recibía: "¡Hola, Gra, cómo estás! . A pesar de las diferencias en sus vidas, Graciela se sentía cómoda y recuerda esa época como "muy linda" y de mucha adaptación. A veces incluso cuidaba a una niñita que vivía allí. Tenía solo 18 años y, de a poco, empezó a hacer su vida en la ciudad, conociendo gente de su edad y frecuentando lugares como Barbarella y La París.

El destino le tenía preparada una gran sorpresa. En agosto de ese mismo año, durante un viaje a Bragado, Graciela se reencontró con Simón, su antiguo novio. Hacía dos años que no se veían, pero la chispa seguía ahí. Simón, que todavía la quería, le propuso irse juntos. Graciela, entre risas, le dijo: "Bueno, pero vamos a casarnos". Y así fue: en solo diez días, se casaron. Graciela estaba por cumplir los 19 años.

De vuelta en Río Grande, Graciela y Simón comenzaron de cero, pero esta vez como marido y mujer. Graciela le presentó a Simón a todos sus amigos y conocidos. Él enseguida encontró trabajo como gerente en la Ford, con solo 23 años. Graciela, por su parte, cuando fue a Entel, Fernando le dijo que en lo de Parun, necesitaban administrativa y trabajo alli unos meses. Mas tarde entró por concurso a la Municipalidad, en la Secretaría de Obras y Servicios Públicos. Primero trabajó en la parte administrativa y luego, aprovechando lo que sabía de combustible y repuestos, pasó a obras públicas. Se "aburrió" de la municipalidad y hubo cosas que no le gustaron, lo que la llevó a renunciar en 1986. Al principio, vivieron tres meses en el Hotel Miramar. Después, encontraron una casa en la esquina de Perito Moreno y 11 de Julio. Para ellos, tener un baño propio era "alucinante", un gran cambio después de haber vivido en una casita muy chiquita en la 9 de Julio, donde no tenían baño propio y debían usar uno "en la Casa de los Amigos". La nueva casa era grande y cómoda.

Cuando Graciela quedó embarazada (en la casa de Juan Manuel), su vida con Simón se afianzaba. Sus primeros hijos fueron Juan Manuel y Roberto. Cuando nacieron, Graciela encontró un apoyo clave en Chicha Barría, una vecina. Graciela la veía como una segunda madre. Chicha cuidaba a los chicos mientras Graciela trabajaba, y ellos jugaban felices con el nieto de Chicha. Era una relación especial; Chicha les preparaba picarones en su cocina a leña, y los hijos de Chicha, de la edad de Graciela, los trataban como parte de la familia. Graciela confiaba mucho en Chicha y podía dejarle a sus hijos sin un horario fijo, sabiendo que estaban en las mejores manos. Este apoyo fue fundamental para criar a sus hijos y para que Graciela sintiera que Río Grande era su hogar. La suegra de Graciela también se mudó a la ciudad, lo que le dio más apoyo familiar. Los padres de Graciela la visitaban seguido en Río Grande y estaban muy contentos de verla. Cuando los chicos eran pequeños, incluso los mandaban solos en avión con la azafata para que sus abuelos los recibieran en Bragado.

En 1985, la vida de Graciela dio un giro importante: su hija Lisa nació con problemas de salud. El parto fue normal, pero con las semanas se hizo evidente una discapacidad de nacimiento. Al principio se habló de "muerte súbita frustrada" y luego de un posible síndrome de Bourneville. Por suerte, un "grupazo impresionante" de médicos estaba en Río Grande en ese momento, como Pedro Rocha,,Zulema D Alessandro, Pancho Bello y Gustavo Lekander. Lisa nació allí y tuvieron que cambiarle la sangre. Graciela estaba segura de que si no hubiera estado en el hospital de Río Grande, Lisa habría muerto en otro lugar del país. Recibió muchísima contención. Con solo 25 años, era muy joven y no entendía bien lo que pasaba, pero se sentía muy apoyada por los profesionales y su familia. Esto la llevó a dejar su trabajo para poder cuidar a Lisa.

La rehabilitación de lisa era muy importante, y como en Tierra del Fuego no había un lugar especializado, Graciela empezó a viajar mucho a Buenos Aires. Allí aprendio en el Hospital Frances estimulación temprana y terapia de rehabilitación, que luego ella misma aplicaba a Lisa. Era un desafío aprender y siempre se notaba lo que faltaba en Río Grande. Agradecía que, a veces, era más conveniente económicamente que viajaran las Kinesiologas desde Buenos Aires y atendían a más chicos de Río Grande con problemas similares. Así, aprovechaban los viajes. La experiencia de Graciela como madre de una persona con discapacidad fue valorada. Por eso, en 1989, el Profesor Daniel Lizardo la convocó para trabajar en un Proyecto de Ley de Discapacidad. Esta ley, la N° 401, salió, y en 1992, el 80% de la gente que militaba con Graciela en esta causa fue llamada por el Gobierno Provincial para reglamentarla. Aunque el trabajo se hizo y la ley fue aprobada, Graciela hoy se siente indignada porque cree que la ley ya no se aplica, y las instituciones la ignoran.

En 1992, Graciela intentó juntar a las familias con casos similares, creando la Asociación "Vamos a Andar Juntos", sin ayuda oficial. Desde allí, intentaron la rehabilitación, incluyendo la equinoterapia. Pero después de mucho esfuerzo, la asociación no pudo seguir por falta de recursos. En 1994, sin dejar de luchar, Graciela terminó su Bachiller en la Escuela de Comercio N°2, siendo parte de la primera promoción de la escuela. En ese mismo año, cuando Lisa ya tenía 9 años, empezó a ir a la Escuela Especial N° 2 "Casita de Luz". En 1992, Graciela había conseguido un espacio en LRA Radio Nacional y, desde entonces, se dedicó a concientizar y difundir todo lo relacionado con la discapacidad, tanto en Río Grande como en Ushuaia. Esto la fortaleció en su lucha y la convirtió en una referente en el tema, con mucha gente que la escuchaba. Como no había programas de radio sobre discapacidad, a partir de 1995, Graciela inició otro ciclo en FM Aire Libre, al que llamó "Como Vos". Siguió con su tarea de concientizar, buscando que las personas con discapacidad no solo fueran mencionadas en los discursos, sino aceptadas plenamente en la comunidad. Desde esos programas, Graciela denunciaba que no se cumplían sus derechos, ya que muchos lugares seguían siendo inaccesibles y la mayoría de los medios no mostraban la realidad de quienes no podían simplemente "salir - llegar - entrar".

Con los años, las cosas han mejorado y la Integracion en todos los espacios ha hecho visible la capacidad de las personas con algun tipo de discapacidad. Ella siempre fue muy directa al hablar y expresarse; no le temía enojarse y también sabía pedir disculpas.

Graciela Abat es una luchadora incansable que ha defendido los derechos humanos dando charlas en escuelas, participando en ferias del libro y mesas de debate. Por todo su esfuerzo solidario y generoso en defensa de las personas con discapacidad, la Municipalidad de Río Grande la Declaró Mujer Destacada de la Ciudad el 8 de marzo de 1999, a través del Decreto Municipal N° 174/99.

La historia de Graciela también tiene un lado muy personal: su adopción. Cuenta que fue adoptada al nacer por una mujer de 44 años que no había podido tener hijos. Creció en un ambiente muy feliz y lleno de cariño, y se enteró de su adopción más adelante. Hablarlo con sus padres adoptivos fue un proceso emotivo que, según ella, los unió aún más. Un momento clave en su autodescubrimiento ocurrió en 2000, durante dos viajes a Perú. En el primero, conoció a un historiador que era chamán, quien le aconsejó prepararse si quería participar en una ceremonia. Un año después, Graciela se sintió lista y regresó. Durante una ceremonia , tuvo una experiencia profunda. Fue una experiencia que la transformó:, según ella, le mostró lo que su alma necesitaba saber, el dolor de su madre biológica, una chica de 15 años que probablemente se encontró en una situación muy difícil. Esta vivencia le permitió a Graciela cerrar capítulos y entender su historia. Aunque no sabe nada de su madre biológica, la respeta y la valora. Su mayor deseo siempre fue que su nacimiento fuera producto de un amor , y siente que de ella heredó la rebeldía y la determinación. Después de esa experiencia, Graciela se volvió más perceptiva y entendió que el karma es instantáneo. Aprendió que lo que le pasa está directamente relacionado con sus acciones, lo que la hizo más consciente de sí misma y le permitió manejar el hacer de mejor manera.

A sus 60 años, Graciela no busca entender su pasado con terapias como las constelaciones familiares; para ella, lo importante es el presente y el futuro. Se considera una persona auténtica que ha construido su camino desde cero, llena de amor y afecto, y no necesita mirar atrás.

Incluso en el cuidado de su hija Lisa, Graciela ha recibido críticas por dejarla al cuidado de su papá, Simón. Ella responde que Lisa está en su casa, adaptada a sus necesidades, y que ella y Simón han hecho un gran esfuerzo para darle todo. Aclara que, como madre, ha trabajado y se ha sacrificado muchísimo, invirtiendo todo lo que tenían para el bienestar de sus hijos.

A Graciela Abat la conocemos como una mujer emprendedora en Río Grande. Ella, con su proyecto¨Artesanias Abat¨,reutiliza rezagos de textiles. Recibe a viajeros en motorhome, moto, bicicleta y de mochila en "La Casa Azul de Graciela". Este lugar ofrece un descanso, una comida y una ducha reparadora en Río Grande, un punto de paso obligado para ir a Ushuaia. Fue pionera, y la primera en administrar un hostel en la provincia.

Su trato amable y sus anécdotas son únicas. Es una artista multifacética que ha trabajado con distintos materiales para crear sus obras, que llevan su sello, trabajo y dedicación. En una ocasión, durante una madrugada de fuertes vientos de 120 km/h en su casa, quienes la visitaban siguieron su consejo de resguardar bien sus carpas, lo que les permitió evitar la fuerza del viento, pero sí escuchar su "sonido feroz marcando territorio".

Tiene una personalidad muy interesante y magnética, siempre activa y haciendo cosas, mientras revive sus historias con pasión. Cuando le preguntaron si es artista, Graciela, con un toque de diva, responde: "¿Quién pregunta?". Graciela cree que su propósito en la vida es ser ella misma. Se está desprendiendo de cosas materiales, regalando objetos valiosos como sábanas de hilo, porque ya no le interesa acumular. Como le dijo a un arquitecto chileno que le diseñó un cartel con el código postal de Río Grande, 9421, ese número y las líneas que simulan un código de barras, representan su esencia: el inicio y el constante avance hacia adelante.

En Río Grande, Tierra del Fuego, Graciela ha creado el camping de la Casa Azul, un refugio de historias, encuentros y resistencia, donde muchas personas encuentran no solo un lugar donde pasar la noche, sino también un pedazo de hogar fueguino.

Para Graciela, la respuesta es siempre sí: siempre ha estado en el lugar donde tenía que estar. Si tienen la posibilidad de pasar por allí, recomiendo no perderse la oportunidad de conocerla; asegura que siempre habrá algo de qué hablar.

Ver página de Graciela Adriana Abat