Dina del Carmen Aguilar Reynaldos

Con amor y fe, trabajó en la escuela N°2, en la Capilla Virgen del Carmen y ayudó a quienes lo necesitaban.

Dina nació el 7 de septiembre de 1942 en Punta Arenas, Chile. Era todavía muy pequeña cuando la vida de su familia dio un vuelco: la muerte de su padre y la falta de trabajo llevaron a su madre a buscar un futuro mejor en Río Grande, aquella ciudad lejana y fría que por entonces apenas empezaba a crecer. Dina llegó allí con apenas 2 años, junto a su madre y su hermana. Después, con el tiempo, su madre volvió a casarse y llegaron seis hermanos más a agrandar la familia.

La infancia de Dina estuvo marcada por la austeridad y el esfuerzo. Recuerda aquellos primeros inviernos donde el agua amanecía escarchada, el frío era tan intenso que a veces bajaba de los veinte grados bajo cero, y las estufas de kerosene o leña eran el único alivio. Vivieron primero en piezas pequeñas, compartidas con otras familias, hasta que su madre logró alquilar una casa más grande. Así crecieron, aprendiendo desde muy temprano a enfrentar las dificultades con coraje y unión.

Dina cursó la escolaridad primaria en la escuela N°2 Benjamín Zorrilla, terminando sus estudios en el año 1972.

De adolescente, Dina comenzó a trabajar en casas de familia haciendo tareas domésticas. Tenía claro que había que ayudar y aportar, más aún cuando ella misma formó su propio hogar y tuvo que criar a sus tres hijos. Fue entonces cuando llegó a la Escuela Nº 2, en tiempos donde la institución también recibía soldados conscriptos para completar sus estudios, porque había mucho analfabetismo. La señora Lima, una de las primeras directoras de la escuela N° 2 Bnejamín Zorrilla le ofrece trabajar en allí, Dina empezó cubriendo un rol necesario de cuidadora y limpieza, y encargada de la escuela cuando no quedaba nadie; como cerrar puertas, mantener el orden. Al principio fue un trabajo informal, pero que le permitió sostener a su familia.

En 1969, un decreto prohibió que personas extranjeras ocuparan cargos públicos, Dina decidió nacionalizarse argentina en el año 1968. Unos años después, en 1972, quedó finalmente como portera titular de la Escuela Nº 2. Y allí comenzó la historia que más la marcó: la de convertirse, casi sin proponérselo, en mamá de todos los chicos que pasaban por la escuela.

Era mucho más que la encargada de limpiar o abrir y cerrar puertas. Sabía, sin que nadie se lo dijera, cuándo un chico llegaba sin haber comido, cuándo estaba triste o pasaba por un momento difícil en casa. Los niños se lo contaban con miradas, abrazos, palabras susurradas al pasar. Dina era atenta, paciente y siempre dispuesta a ofrecer consuelo, un alfajor, una taza de leche o simplemente una sonrisa. Conocía sus historias, sabía quién vivía problemas en casa, quién sufría la separación de sus padres o quién necesitaba más cariño.

En 1991, cuando la Escuela Nº 2 se desdobló, Dina eligió quedarse en el turno tarde, formando parte de la naciente Escuela Nº 27. Y así siguió durante años, hasta jubilarse después de 33 años de trabajo ininterrumpido. Durante todo ese tiempo, fue testigo de cientos de historias: chicos que después volvieron ya adultos a saludarla, padres que habían sido sus alumnos trayendo a sus hijos al primer grado, y también momentos difíciles, como la muerte de padres de alumnos o de chicos que conocía.

En paralelo a su vida escolar, Dina cultivó una fe profunda que la llevó a comprometerse de lleno en la Parroquia Virgen del Carmen. Allí participaba de la Legión de María, visitaba enfermos, llevaba la imagen de la Virgen a casas que necesitaban consuelo y rezaba por todos. Con los años, realizó el curso de Ministro de la Eucaristía por el Obispo Bucolini, algo que aceptó con la misma humildad que ponía en todo.

El trabajo en la parroquia no se limitaba a los domingos: muchas veces, después de salir de la escuela a las seis de la tarde, Dina se dedicaba a recorrer barrios, rezar novenas en casas, escuchar a quienes estaban pasando por dolores profundos o enfermedades. Entendía que, para ayudar, había que tener el oído dispuesto y el corazón abierto. Siempre decía que, aunque los hijos se crían, no son propiedad de los padres, sino que son de Dios, aunque reconocía lo difícil que era para una madre aceptar la pérdida de un hijo.

Aunque su vida estuvo llena de responsabilidades, Dina siempre se mantuvo activa. Decía que lo que la mantenía joven era estar en movimiento, ayudar donde hiciera falta, escuchar y ofrecer palabras de aliento. Aprendió esa entrega de una mujer mayor, una misionera que conoció de chica, que le enseñó que la pereza no tenía lugar cuando alguien necesitaba apoyo.

Cuando llegó el momento de jubilarse, después de 33 años dde servicios, Dina se despidió de la escuela, pero no de los chicos ni de su vocación de servicio. Prometió seguir visitando, aunque sea un rato, para ver a los que consideraba casi como sus propios hijos. Sus compañeros de trabajo, sabiendo del sueño que parecía imposible para ella, le hicieron un regalo que la emocionó profundamente: cumplirle el deseo de viajar a Roma para conocer al Papa Juan Pablo II.

En el año 2000 se funda la capilla ¨La rosa mística¨en el hospital regional Río Grande, Dina fue la encargada hasta su fallecimiento.

En 2011, la ciudad de Río Grande reconoció oficialmente todo lo que había dado nombrándola Ciudadana Destacada según ordenanza municipal N°374/2010. Y en 2021, por decisión del Concejo Deliberante con la ordenanza municipal N°4267/2021 , una calle comenzó a llevar su nombre, para que nuevas generaciones supieran quién fue aquella mujer que, sin títulos ni estridencias, enseñó con el ejemplo.

Dina no necesitó grandes discursos. Enseñó a ser solidarios, a mirar al otro con compasión, a dar sin esperar nada. Fue portera, vecina, creyente, madre, amiga y confidente. Una mujer que, con su trabajo callado y su fe profunda, dejó una huella imborrable en Río Grande. Hoy su historia sigue viva, no solo en una calle que la nombra, sino sobre todo en cada recuerdo, en cada chico que encontró en ella un abrazo, una palabra justa, o la simple certeza de que alguien se preocupaba de verdad por su bienestar.

Así vivió: humilde, trabajadora y dedicada. Una mujer de fe, que convirtió su vida en un acto de amor al prójimo.

Un agradecimiento a la familia de Dina por compartir el archivo familiar para poder realizar esta historia.

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