Shadra Vargas Martinic

Una artista con mirada femenina

Shadra nació el 31 de mayo de 1968 en Punta Arenas, Chile. Creció desde muy chica en un núcleo rodeado de mujeres: su abuela, sus tías, su madrina y sus hermanas fueron quienes la criaron, ya que sus padres se separaron cuando ella tenía apenas dos años. Aquella casa familiar estaba llena de presencia femenina, de historias, de silencios y también de una vida intensa marcada por la política y el compromiso social.

A los siete años, la historia de su familia se vio atravesada por el golpe militar que sacudió Chile en 1973. Su abuela militaba en el Partido Demócrata Cristiano a nivel nacional, y por ser muy conocida fue presa política. Shadra recuerda cómo, en ese tiempo -en la casa se vivieron momentos raros; quemaban libros, fotos y cosas que sabían que no podían estar. Yo era muy chica para entender todo, pero me daba cuenta que algo grave estaba pasando-.

Cuando liberaron a su abuela, las autoridades les sugirieron que se fueran del país, porque estaba incluida en la llamada “lista cero” de los futuros desaparecidos. Así fue como Shadra, su mamá y su hermana mayor emprendieron el viaje hacia Río Grande, Tierra del Fuego, donde su padre trabajaba en el campo. Llegaron el 26 de febrero de 1976, apenas un mes antes del golpe militar en la Argentina. Vivieron aquel traslado con dureza: dejar atrás la familia, la casa y una vida acomodada fue un cambio muy grande, y para Shadra, de apenas siete años, supuso empezar de nuevo -fue muy duro dejar todo atrás y llegar a un lugar donde no conocíamos a nadie-.

En Punta Arenas habían tenido una vida distinta: ella se acuerda de su abuela muy activa, de los senadores que iban a cenar a su casa, y de tener hasta el chofer de su abuela que la iba a buscar a la escuela -me acuerdo de la casa grande, de la gente importante que iba, y de sentirme en un mundo completamente distinto al que encontramos cuando llegamos acá-. Al llegar a Río Grande, todo cambió completamente.

La familia vivió primero en la casa de unos tíos en Bilbao al 800, después pasaron un tiempo en el Hotel Cohíue, ubicado en la calle Fagnano, y más tarde alquilaron en José Ingenieros, cerca de la Escuela Nº 10. Finalmente, regresaron a la casa de Bilbao, donde su papá había trabajado para que pudieran quedarse a vivir más tiempo. Su infancia no fue fácil: el desarraigo, la necesidad de volver a empezar y la falta de todo lo que habían dejado atrás hicieron de esos años un tiempo complicado -extrañaba mucho a mi abuela, a mis tías, la casa, todo. Fue como aprender a vivir de nuevo-.

Shadra empezó la primaria en la Escuela Nº 2 y, en cuarto grado, se cambió a la Escuela Nº 7, donde recuerda que siempre la convocaban para escribir, dibujar y participar en los actos escolares -siempre me gustó dibujar y escribir, era algo que me salía solo-. Era mi manera de expresarme». Desde chica se destacó por su facilidad para el dibujo y la escritura, algo que venía de familia: su papá y sus hermanas también dibujaban muy bien. Ella misma se define como autodidacta, porque en aquella época en Río Grande no existía el Polivalente de Arte, así que nunca pudo acceder a estudios formales de arte.

En 1978 nació su hermana menor, y su mamá, que nunca había trabajado, se dedicó a dirigir y organizar el básquet femenino en Río Grande. En Punta Arenas ya había sido muy conocida como excelente jugadora, y en la isla continuó ligada al deporte.

La secundaria la cursó en la Escuela de Comercio Nº 1, pero tuvo que interrumpirla por cuestiones de papeles y trámites, tras haber pasado dos años, 1982 y 1983; nuevamente en Punta Arenas, en plena época de la Guerra de Malvinas. Retomó sus estudios más tarde en la nocturna de la Escuela Nº 2, ya con 18 o 19 años -fue difícil volver a estudiar de grande, pero quería terminar-.

Siempre fue muy amiguera, aunque le costó hacer amistades después de tantos cambios. Sin embargo, conserva amigos de la época en que vivieron en José Ingenieros y de sus años de escuela, con quienes sigue cruzándose hasta hoy.

De más grande, además del dibujo, Shadra se formó como profesora de modelado en porcelana fría. Estudió en el Instituto de Leticia Suárez del Cerro, viajando a Comodoro Rivadavia para tomar los cursos. Durante más de diez años enseñó modelado, hasta que tuvo que dejarlo por problemas físicos en las muñecas y el hombro -me encantaba enseñar, pero llegó un momento en que el dolor no me dejó segui-.

Antes de dedicarse de lleno al arte, trabajó muchos años en comercio, en negocios de importación como Crisbal, Hash Hall y Enjoy. Llegó un momento en que decidió no seguir en ese ritmo de trabajo y empezó a dedicarse completamente a la porcelana y después a la pintura -sentía que si seguía así, no iba a poder hacer lo que realmente me hacía feliz-.

Tras una cirugía que afectó su motricidad fina, dejó de hacer retratos detallados y empezó a buscar nuevas formas de expresión. Fue así como surgieron sus característicos rostros femeninos de líneas geométricas y ojos grandes, inspirados en la técnica Zentangle que decidió fusionar con su estilo -siempre fue en la parte de la cara, porque es algo que me sale naturalmente, es una cara mía, es la que me representa. De hecho, si vos mirás todas las caras mías son parecidas-.

Shadra cuenta que nunca expuso en el Museo Fueguino de Arte; justamente ese era el único espacio de toda la provincia donde no había llevado su obra. En cambio, sí mostró sus cuadros en el Centro Cultural Yaganés.

Recuerda que la primera muestra en Buenos Aires fue en octubre de 2021, en Espacio T, en San Telmo, con su serie Flores Robadas. Después expuso en la Casa Tierra del Fuego, participando en dos ediciones de la Noche de las Casas de Provincia. También llevó su arte a Villa Crespo, en Camargo 1020, y a Almagro, en Arte Explota. Más tarde presentó su obra en lugares tan emblemáticos como el Palacio Barolo y el Castillo de Sandro.

Actualmente, cuenta con orgullo que tiene tres obras como patrimonio permanente del Museo Internacional de Discapacidad María Kodama. Entre tanto viaje y exposición, también siguió mostrando su trabajo en Ushuaia: hace un par de años expuso por última vez allí, en el Museo del Presidio.

Pero su camino no se quedó solo en el país. Shadra también llevó sus cuadros a Turín, en Italia; a Medellín, en Colombia; y hasta a París.

Además, compartía detalles sobre el proyecto Sara, campaña que impulsa usando el arte como forma de concientización y prevención del cáncer de mama. Desde hacía tres o cuatro años venía trabajando en ella, sumando mujeres de Buenos Aires, Ushuaia y Río Grande. Parte de ese proyecto fue mostrado también en Buenos Aires, y hasta se emitieron en la TV Pública spots realizados con sus propios dibujos.

Dentro de este mismo proyecto presentó la muestra ¨Mamá¨, un homenaje a las mujeres que habían participado en ¨Sara¨ hasta ese momento. Esa muestra fue declarada de interés provincial, igual que el propio proyecto ¨Sara¨, que también recibió el reconocimiento del Concejo Deliberante de Río Grande.

A todo eso suman varias declaraciones de interés, incluso del Senado de la Nación, y distintos reconocimientos que celebran su recorrido y compromiso a través del arte.

Como todo camino qye lleva un proceso: al principio dibujaba puertas adentro, hasta que alguien vio sus obras y la animó a mostrarlas. En septiembre de 2016 realizó una primera muestra pequeña con solo diez cuadros. Allí llamó la atención de gente del Museo Fueguino de Arte, que quiso conocer a la autora de esas obras tan distintas. En noviembre de ese mismo año hizo una muestra más grande en Los Yaganes, donde expuso 57 cuadros: una parte dedicada a animales y otra a las “Mujeres Fusión”. «Fue muy emocionante que la gente las mirara y entendiera lo que yo quería decir».

A partir de allí no paró de exponer: en el Centro Cultura Yaganes, en el Virginia Choquintel durante la Noche de los Museos 2017, y en otras salas. En sus obras busca dar siempre un mensaje que fuera más allá de lo estético, y así nació ¨Mujeres de mi vida¨, su primera muestra con tanto color, que significó un antes y un después -esa muestra hablaba de las mujeres importantes en mi vida, pero también de la diversidad, de la fuerza femenina-.

En paralelo, Shadra impulsó la campaña ¨Amo Vivir¨, destinada a mujeres vulnerables o que sufrieron violencia, para invitarlas a reencontrarse con el valor de la vida a través del arte -porque hasta con un pequeño gesto artístico se puede ayudar a sanar-. Trabajó en materiales gráficos, cuadros, libretas para colorear y mensajes positivos, convencida de que el arte puede transformar.

Durante la pandemia, la muestra ¨Catrina¨ quedó colgada en la Torre de Agua, pero no pudo abrirse al público por la cuarentena. Había empezado a trabajar también en ¨Aires de Primavera¨, un proyecto pensado como mensaje esperanzador para tiempos difíciles. A pesar de las pausas obligadas, Shadra siempre mantuvo la inquietud por hacer algo más, por innovar, por buscar nuevas formas de mostrar su arte -para mí pintar no es algo comercial, es algo terapéutico. Es mi manera de sacar todo lo que tengo adentro-.

Además de pintar, también vendió muchas de sus obras, aunque reconoce que al principio ni siquiera pensaba en venderlas. Con el tiempo, aprendió a ponerles precio y a ver cómo la gente se llevaba algo de su trabajo para decorar sus casas. Especialmente significativa fue la venta de los cuadros de Mujeres de mi vida, que se concretó después de exponerlos en Ushuaia, primero en el Museo del Presidio y luego en el Centro Cultural Nueva Argentina -hoy solo me queda uno de esa serie en mi casa-.

En todo este recorrido, las mujeres han estado siempre en el centro de su vida y de su obra. Por haber crecido rodeada de mujeres, por estar orgullosa de ser mujer y de haber criado a sus tres hijos sola, Shadra siente que su misión es visibilizar la fuerza femenina -todas tenemos a una mujer importante en nuestra vida, para mí, pintar es una manera de homenajearlas-.

-Mi sueño sería dejar un registro de mujeres fueguinas. Porque siento que hay muchas historias que no se cuentan, que se pueden perder, me gustaría que esas historias llegaran a una escuela, a una biblioteca, a una radio. Porque son parte de nuestra historia como mujeres y como pueblo-.

De todo lo que ha hecho hasta ahora, Shadra se siente especialmente orgullosa de sus hijos, de haberlos educado bien y de ver en quiénes se convirtieron. También se siente orgullosa de que la gente la reconozca no solo por sus cuadros, sino por el mensaje que transmite con su arte y con campañas como Amo Vivir. Porque para ella, pintar nunca fue solo pintar: fue siempre una manera de decir algo, de homenajear a las mujeres que nos rodean, y de mostrar que, incluso después de haber empezado de cero tantas veces, siempre se puede crear algo nuevo y lleno de vida.