Margarita del Carmen Bernachia

Una vida en el barrio del frigorífico C.A.P.

En Río Grande, Tierra del Fuego, durante décadas el frigorífico C.A.P. marcó el pulso de la ciudad y de un barrio entero que creció a su alrededor. Allí nacieron historias de vida silenciosas, profundamente ligadas al trabajo, la familia y la comunidad. Una de esas vidas fue la de Margarita del Carmen Bernachia, nacida en 1923 en Punta Arenas y criada desde muy pequeña en Río Grande. Su historia, como tantas otras, no aparece en los libros ni en los archivos oficiales, pero vive con fuerza en la memoria de su hija Pilar, quien la recuerda con ternura y admiración.

-Mi mamá no era de Río Grande: era de Punta Arenas, pero se crió desde muy chiquita acá. Vino con sus papás en los años ´30; Vicente Bernachia, que era italiano y Margarita Morales, que era chilena- cuenta Pilar. Fue en el barrio del frigorífico donde Vicente construyó la casa familiar con sus propias manos, una de las tantas viviendas sencillas que surgieron en los márgenes de la planta industrial, cercanas al río, el viento y la solidaridad vecinal.

A Vicente lo apodaban ¨Chispa¨, ya que su profesión era la de electricista. Era muy habilidoso, ya que se daba maña para todo. Rodolfo Diaz Cobián, fue unos de sus discípulos, ya que cuando ingresó al frigorífico, le enseño todo lo que sabía. Más tarde fue carpintero en la empresa y, hacia el final de su vida laboral, se desempeñó como portero en la escuela N°2, -mi abuelo era muy querido, todos lo conocían-.

Margarita creció en ese entorno lleno de trabajo, afecto y participación. No fue al frigorífico a trabajar, pero su vida estuvo íntimamente ligada al ritmo de la empresa y del barrio. Se casó con Ernesto Yensen, trabajador de C.A.P., y juntos formaron su hogar en la misma manzana donde había crecido.

Pilar nos recuerda que su mamá fue ama de casa toda su vida, que era excelente en la cocina. Sus vecinas recién casadas, le pedían ayuda para aprender a cocinar. Al dar recetas y enseñar puntos de tejido, a la hora de escribir; ella detectaba quienes no estaban bien alfabetizados, y aprovechaba para enseñarles. Nunca trabajó en el frigorífico, pero sí crió a sus hijos, hizo la casa, tejía, cosía y leía muchísimo -era una mujer de su casa, como se decía antes-, recuerda Pilar. La vio sentada con la aguja en la mano, remendando, bordando o leyendo novelas -era muy lectora, siempre tenía un libro-. Sabía coser, hacer ropa. Muchas vecinas le llevaban cosas para arreglar, o le pedían que les hiciera vestidos. Lo hacía todo con una máquina de coser de las máquinas viejas, a pedal. Tejía con agujas largas, hacía pulóveres, chalecos… era muy prolija, muy detallista.

Ernesto Yensen, esposo de Margarita, era un hombre tranquilo y trabajador, de pocas palabras, pero muy presente. Trabajaba en el frigorífico, salía temprano, volvía con su bolso de lona. A veces hablaba con Margarita, otras veces simplemente estaban. Había algo muy sereno en esa rutina, recuerda Pilar. Ernesto también era una persona muy lectora, muchas veces, los silencios, se debían a que cada uno estaba con su libro, en la casa había muchísimos libros y eran socios del círculo del libro. en aquellos años, Ernesto, ya fomentaba la biblioteca móvil; al pie de la biblioteca, siempre había una gran caja, donde se ponía todo lo que ya habían leído, y luego Ernesto los intercambiaba con los paisanos del campo, cuando tenía que salir a comprar ganado para el frigorífico. Un barrio, de puertas abiertas.

Pilar evoca con cariño el barrio y la casa donde vivieron, describiendo en detalle la comunidad que los rodeaba: las casas eran mayormente de madera, muchas de estilo inglés, recubiertas con chapas acanaladas, solo había tres casas de material en todo el callejón, y otra que estaba al lado del hospital; esa casa en aquellos años fue la casa de los médicos, terminando sus días siendo un asilo. Cada casa tenía su identidad laboral; la casa de empleados, la casa del albañil, la del carpintero, la del enfermero; y recuerda quién vivía en cada casa -en el callejón, al fondo vivían los Legunda ( era enfermero), y ¨Cuca¨ trabajaba en la estafeta, cerca estaban los Soto, Doña Juanita, Don Luis y los chicos, y en la casita de al lado, su madrina, Irma Muñoz de Faletti. Más allá, Mirco, los Marchesim, y la familia de Lucho Torres. También Carmen Rosas, la mamá de su amiga Esterlina, y Diana Cotorruelo, directora de la escuela N°4.

Sobre la casa de su mamá, Pilar recuerda detalles cotidianos -había tres o cuatro teléfonos en todo el barrio, los teléfonos eran grandes, con pilas y manija para marcar, alimentados con dos tremendas pilas marca eveready; cuando mi mamá quería llamar a mi papá, le daba la manija a esa. Más adelante, papá quiso sacar el teléfono y ya no tuvimos más. Pero antes se comunicaban con el pueblo a través de esos aparatos-.

Cuenta también cómo era la vida cotidiana alrededor del frigorífico, la entrada antigua al frigorífico llevaba a las casas de los peones. Ahí funcionaba la oficina y la telefónica, con ventanas pequeñas. Cerca estaba la panadería, modificada para que el panadero viviera ahí, porque no había casa para él. El almacén, tenía una gran puerta para meter la mercadería que llegaba en barcos. Ahí vendían fiambres, quesos, todo al por mayor. Las madres iban a hacer los pedidos allí. Julio ¨Mosco¨ Biaggio, repartía la mercadería por las casas con su tractor. Había una cocina grande, o cocina general, donde se daba comida a la mayoría de los peones. Después quedó funcionando como casa de empleados. También estaba la cantina cerca.

Margarita vivió toda su vida en el mismo barrio -nos criamos con ella- dice Pilar. Margarita siempre estuvo. No solo para la familia, también para los vecinos. En esos años a las visitas se servía té, o café, con lo mejor que había en la casa. Margarita era habilidosa en la cocina, así que siempre salía bien parada. Hacía scons, bizcochuelo, tortas, masas caseras, panqueques, y no faltaba el dulce de ruibarbo casero. Si alguien necesitaba algo, Margarita estaba. Era buena anfitriona y una mujer muy cálida.

Margarita falleció a los 58 años y aunque los tiempos cambiaron y el frigorífico ya no existe, su recuerdo sigue tan vivo como el de aquella comunidad obrera que la abrazó -mi mamá fue una mujer muy sencilla, muy buena. Nunca se hizo notar, pero estaba. Siempre estaba. Y todo lo que hizo, lo hizo con amor. Por eso la recuerdo con tanto cariño-.