Marcia Aidée Martinic Freire
Pionera del básquetbol femenino en Río Grande

Nació en Punta Arenas, Chile, en una familia donde el básquet se respiraba desde temprano. Su madre, Estela Freire de Martinic, fue presidenta de la Federación de Básquetbol Femenino de la ciudad de Punta Arenas, un rol inusual para una mujer en los años ‘50, y desde muy chica, Aidée se formó en ese ambiente. No fue solo una buena jugadora: fue una referente, alguien que supo vivir el básquet como una pasión y una forma de vida.
-Mi único Amor en la vida fue el básquet- solía decir Aidée. No hablaba solo de un deporte: hablaba de una filosofía, de una forma de entender el compromiso, la amistad, la disciplina y el trabajo colectivo. Su talento la llevó a ser convocada a la Selección Chilena, aunque por motivos económicos no pudo participar del campeonato internacional, además estaba embarazada de su primera hija (Giovanna). Esa frustración nunca opacó su entusiasmo: jugó durante años en equipos locales y regionales, viajando y contagiando a otras mujeres su amor por el juego.
En el año de 1976, Aidée se trasladó a la ciudad de Río Grande, Tierra del Fuego, junto a sus dos hijas (Shadra y Giovanna), su marido Ramón ya estaba viviendo en Río Grande, como muchas familias chilenas que llegaron a la isla, venían en busca de una oportunidad, de un lugar para quedarse, ya que en esos tiempos Chile, atravesaba un periodo de hostilidad con respecto al régimen militar. Vivieron primero en el Hotel ¨Los Coihues¨ y luego se instalaron en la casa de un familiar, por calle Bilbao; calle que pertenece al casco viejo de nuestra ciudad. Fue en los años ´80, cuando Aidée encontró un espacio aún vacío: no había una organización de básquet femenino.
Entre los años 1984 a 1986, aproximadamente, empezó a sembrar ese proyecto que marcaría a muchas: la creación y desarrollo del básquet femenino en Río Grande. No había federación, ni equipos, no había competencia formal para mujeres. Es por eso que Aidée en un principio invitaba equipos de chicas de distintas ciudades cercanas a Río Grande, y se empezaron hacer cuadrangulares, con equipos de la ciudad de Río Turbio, Puerto Porvenir, Ushuaia y por supuesto Río Grande, esos fueron, los primeros encuentros que se hacían en el Gimnasio del Centro Deportivo Municipal, en los cuales se llenaba de gente, ya que era toda una novedad ver jugar basquetbol femenino en esos años, se hacía para fomentar el deporte, al no haber equipos formales, sólo un grupo de chicas que se juntaban a jugar, ya que en cantidad, no eran muchas para este deporte. Los equipos de básquet comenzaron a tener forma recién en los años ‘90, entre los distintos clubes de esa época.
Desde los encuentros cuadrangulares que se hacían, no solamente venían a nuestra ciudad, sino que también viajaban, cada vez que las invitaban a jugar, tanto como a la ciudad de Ushuaia, como Puerto Porvenir (Chile), y a Río Turbio no se llegó a ir, porque en invierno y por mal clima, se cerraba la ruta y no se podía llegar, en una oportunidad que viajaron las chicas de Río Grande, se tuvieron que quedar en Río Gallegos.
Luego de dos años de seguir con los cuadrangulares se suma la ciudad de Punta Arenas (Chile).
Había una red de mujeres que, como Aydeé, amaban el deporte. Con compañeras como Rosa María Hernandez de Barría, nacida en Punta Arenas (Chile) viviendo en Río Grande, esposa de “Punto Negro” muy conocido entre los antiguos pobladores, Cristina Plastic, nacida en Río Grande, fueguina, esposa del peluquero - Changuito; aún existe la peluquería atendida por uno de sus hijos hoy en día; más adelante se suma la Sra. Elda Quaglia de Simone, del barrio de Mataderos, provincia de Buenos Aires, una de sus hijas; Fabiana, jugaba desde muy chica en Buenos Aires, y se suman madre e hija también, así es como comenzaron a organizar entrenamientos, encuentros y torneos. Lo hacían todo a pulmón: afiches hechos a mano, llamados telefónicos, visitas a escuelas para invitar a chicas, búsqueda de espacios para practicar. Entrenaban principalmente en el gimnasio del Centro Deportivo Municipal, que se volvió un punto de encuentro clave. Pero todo era muy difícil para las chicas, como por ejemplo el horario de entrenamiento de básquet era de 23 hs a 24hs.
Veía a una chica que tenía pasión por el deporte y la unía al equipo. La ayudaba, le enseñaba, la acompañaba, cuenta su hija. Aidée no cobraba por entrenar. Lo hacía por vocación. Para ella, entrenar era formar personas: transmitir valores, enseñar a compartir, a trabajar en equipo, a sostenerse incluso en la derrota.
En poco tiempo, comenzaron a llegar jugadoras de otras localidades: Porvenir, Río Turbio, Punta Arenas, Ushuaia, Buenos Aires, con el fin de conformar la Selección Fueguina. La Selección Femenina de Río Grande se conformó con chicas locales y algunas que llegaban especialmente para competir. En esos años, la ciudad fue sede de encuentros regionales que marcaron una época. Las chicas viajaban, competían y volvían con historias, trofeos y nuevas amigas. Muchas se alojaban en casas de familia. Aidée organizaba, entrenaba, cuidaba. Su casa se convirtió en un refugio para esas jóvenes que venían a jugar. Dormían en el comedor, en los sillones, en colchones en el piso; y Aidée cocinaba para todas. Esa red informal se fue consolidando y, por un tiempo, funcionó como una suerte de federación de básquet femenino. Se organizaron torneos grandes, incluso uno televisado, algo inédito para la época. La cancha se llenaba de familias, y el mini básquet femenino comenzaba también a tener lugar con chicas de 10 y 11 años. Entrenadas por una de las hijas de Aidée, Shadra Vargas Martinic.
-Yo era chiquita, tenía cuatro años, y estaba siempre ahí, con la pelota de básquet en el medio de la cancha con las chicas- cuenta su hija -era como la mascota del equipo, iba a todos los entrenamientos, a todos los partidos, el básquet era nuestra vida-.

La experiencia, sin embargo, tuvo un límite. Con el paso del tiempo, la estructura que sostenían con tanto esfuerzo empezó a desmoronarse. La falta de apoyo económico fue clave. Todo lo que se había armado se fue cayendo porque nadie apoyó. Era todo a pulmón, ponían tiempo, plata, corazón. Pero sin apoyo, no se pudo sostener en el tiempo.
Aidée se alejó del básquet activo a fines de los años ‘80. Nunca más volvió a entrenar, pero el amor por el deporte quedó intacto. Siguió yendo a partidos, alentando a las chicas, recordando anécdotas, guardando recortes, fotos, trofeos. Su hija, que creció entre pelotas, camisetas y viajes de torneo, guarda hoy su historia como un legado -me hubiera encantado que le dieran un reconocimiento en vida, porque lo que hizo mi mamá fue sembrar, sembró algo que después siguió creciendo. Fue una pionera. Nadie hablaba de básquet femenino en Río Grande antes de ella. Y si lo hacían, era de forma muy aislada-
Hace poco, Bocha Castellano, una figura clave del básquet local, se contactó con la hija de Aidée para contarle que estaban armando un registro de las primeras personas vinculadas al desarrollo del básquet femenino en la ciudad. Ahí sintió que, al fin, alguien iba a saber lo que hizo Aidée, porque cuando se habla de historia, muchas veces las mujeres quedan invisibilizadas. Y Aidée fue parte de esa historia, aunque pocos lo sepan.
En los años en que Aidée estuvo más activa, no había redes sociales ni difusión mediática como la de ahora. Todo se hacía con voluntad, con presencia. Ella y sus compañeras eran las que armaban las planillas, las que llevaban a las jugadoras en sus autos, las que hacían rifas para juntar plata. Cuando había que viajar, se gestionaron permisos, alojamiento, comida. Había una idea clara: que las chicas jugaran, que disfrutaran, que crecieran. No había una intención de figurar, sino de sostener una pasión colectiva.
Las mujeres que fueron parte de esos primeros equipos hoy la recuerdan con cariño y admiración. Algunas cuentan que fue la primera que confió en ellas, que las impulsó a animarse, a competir, a encontrarse con otras chicas que amaban el deporte. Aidée era exigente, pero muy humana. No dejaba sola nunca a ninguna jugadora. Y esa combinación de rigor y ternura fue parte de su sello.
Más allá de las canchas, Aidée también fue parte de la vida comunitaria de Río Grande. Participó en las escuelas, en eventos barriales, colaboró con comedores y siempre estuvo dispuesta a dar una mano. Su forma de ser estaba atravesada por la entrega: al deporte, a las personas, a los vínculos. Aun cuando se alejó del básquet de manera activa, seguía cultivando amistades construidas en las canchas. Cada encuentro con una exjugadora era motivo de emoción, de recuerdos, de risas compartidas.
En su casa todavía se conservan fotos en blanco y negro, trofeos gastados, recortes de diarios de Punta Arenas y Río Grande. También hay camisetas guardadas en cajas, con los colores de equipos que ya no existen, pero que en su momento fueron todo. Su hija, que hoy es madre también, dice que esos objetos no son solo recuerdos: son testigos de una época, de un legado que no se puede perder.
-Yo siento que mi mamá fue una adelantada. Hizo cosas que en ese momento nadie hacía. Se movía, organizaba, luchaba, insistía. Y lo hacía por amor. Hoy que el deporte femenino tiene más visibilidad, me emociona pensar que ella fue una de las primeras en empujar esa historia. Quizás sin saberlo, fue parte de un movimiento más grande. Una de esas mujeres que abrieron caminos para que otras pudiéramos seguir-.
Su historia no está escrita en los libros, pero vive en las memorias de quienes la conocieron. Y también en las que, sin conocerla, juegan hoy en una cancha que ella ayudó a construir.
Aidée falleció en el año 2010. No llegó a ver cómo el básquet femenino fueguino creció, se organizó y logró competir a nivel nacional. Pero quienes la conocieron saben que parte de ese crecimiento tiene raíces en su esfuerzo.
-Mi mamá dejó una huella. Fue de esas mujeres que abren caminos sin esperar nada a cambio. Y el básquet, en Río Grande, también le debe algo a ella-.
