Victoria Tavieres Castro
Mujer, madre, esposa y activista por los derechos de las personas trans
Victoria Tavieres Castro, tiene 46 años, 3 hijos. Está casada hace 10 años con Pablo López Silva, y fue uno de los primeros matrimonios igualitarios en Argentina. Al año y medio de casados, además adoptaron sus hijos.
Cuando llegó a Río Grande, en 2011, le costó mucho adaptarse: el desarraigo, la falta de trabajo, se combinaban con la soledad que sentía por estar lejos de su familia y amigos.
En su niñez vendía bolsas en la calle con su mamá y hermanos. Es una época que recuerda con cariño, y con orgullo. Victoria habla de su mamá con admiración, sobre todo por la forma en que manejó la situación de pobreza que vivían: “Las ventas de bolsas o flores, eran parte de un juego. Llegábamos tan cansados que era ir directamente a dormir. Eso era parte de su estrategia para que no sintieran hambre. Al revisar la basura, ella nos divertía haciendo de eso un juego, a la vez que generaba un recurso económico. Pero también mamá, era la reina de la polenta. Siempre hacia galletas o flan hasta flan de polenta. Era una manera de que tuviéramos el postre”, cuenta.
En su casa no había cosas de última moda, no se vivía de esa manera. Su mamá se la rebuscaba para confeccionar las famosas bolsas. Salía de trabajar de la fábrica, donde cumplía la función de tornera y cuando Victoria salía de la escuela con sus hermanos, se dedicaban a venderlas. Llegó a traer collares de Brasil para vender, y Victoria empezó a desarrollar una personalidad con gran talento como vendedora.
A los 14 años, entró a trabajar en un lavadero, donde estuvo 2 años. A los 16, trabajó en una parrilla también por 2 años. Recuerda que después de eso Victoria apareció por primera vez: antes era sólo Juan.
Dentro de su familia, esta situación fue difícil: “Lo pasé muy mal en esa época de mi vida. Mi mamá solo quería protegerme, porque yo me vestía como mujer. Terminé haciéndolo a escondidas. Con 16 años, me iba a lo de un amigo y a escondidas salíamos y Juan ya iba conociendo a Victoria”, recuerda.
Al hablar del travesticidio social, asegura que lo que mata es el sistema y la forma en que se excluye permanentemente a las personas trans y reconoce que, nunca hubiera conseguido todo lo que consiguió siendo Victoria y que solo ha sido fruto del trabajo como Juan Castro, por su condición de hombre.
Recuerda un tiempo de su vida durante la adolescencia, en que quiso atentar contra su vida.
Resalta que, si bien le importa lo que dice el afuera, no le afecta. Pero hoy le importa y más, por sus hijos y que toma más valor todavía a lo que piensan los de adentro, su familia.
Es el Juan adolescente quien descubre a Victoria y así entra en un universo, lleno de emociones: de tristezas y alegrías. Su destino en esa época era la prostitución, su grupo de pertenencia eran mujeres trans, y la gran mayoría de las mujeres que conoció en ese entonces, hoy están muertas. Tenía miedo, miedo por esa vida en soledad y reconoce que, como ayer, hoy siente lo mismo. Daría su vida por su familia, siempre.
“Hay un paralelismo, en esa prostitución del cuerpo con la de su vida. Como persona o en lo laboral. Alguien que se vende, también se prostituye. Yo prefiero siempre que me valoren por lo que soy, principalmente porque puedo auto sustentarme siempre, porque sé que puedo hacer unas pizzas excelentes, porque puedo vender collares, o vender bolsas, tal cual lo hacía junto a mi mama y hermanos”, expresa.
En su transición, pensaba en la posibilidad su muerte, y le daba miedo. Pero también que, si le quedara sólo un minuto para vivir, sabría que vivió como quiso y sin perjudicar a nadie. Es ahí que decide hacer su transición.
Ser una persona trans, muchas veces, implica ser un objeto de burla de día y objeto de deseo durante la noche: “La idea no es no joder a nadie, no dañar a nadie. Fui a la peluquería a los 18 años, estaba empoderada, salía con las cejas depiladas, iba a la peluquería, y no quería cortarme el cabello. Pensaba que no iba a poder con todo lo que se venía. Los adultos cuanto dañan, la mirada binaria y patriarcal”, expresa.
Cuando le cortaron el pelo, lloró por una semana, lo pasó horrible. Entonces la llevaron a una iglesia católica Nuestra Señora del Puente, donde cantaba en el coro, y nadie se daba cuenta, que tenía las cejas depiladas.
Recuerda incluso, que llegó a salir con una chica: “Eliana se llamaba, pero no me pasaba nada con ella. Ella me adoraba. Después de 9 meses le dije quién era realmente. Fue una etapa dura”, relata.
Cuando reflexiona en lo que significa ser Victoria, sabe que ella lo eligió y no por su identidad. Después de adoptar a los varones, sonó fuerte como su familia… porque siempre había tenido el deseo tener hijos. Así que su vida en diferentes cuestiones es una victoria.
Fue remisera, y se rebuscó para trabajar siempre. Trabajó en Movistar. Con su primer una pareja, se morían de frío; había mucha pobreza. Ella hacía prepizzas y pizzas, iba a la estación de Varela con su changuito y le vendía a todo el mundo. Y vendía un montón.
Acá vendía toallas en las escuelas. Repartió currículum por todos lados y tuvo una entrevista Autofarma, pero se sintió mal. Había un chico delante que estaba vestido diferente, con una actitud diferente. Finalmente, empieza en Autofarma en el depósito. Pero ahí, sufrió un ataque de pánico, salió corriendo y dejó el guardapolvo. Después entro a BGH, donde estuvo 3 años, hasta que empezó la adopción de los nenes.
Todo los llevo a Misiones, fueron a las cataratas y cuando volvían se cruzaban a criaturas en la calle. El taxista les dice que al otro día los iba a llevar a Piecitos Colorados. Los busca y los lleva al hogar; lo que le pareció terrible es que las familias a la hora del adoptar deben revisar bien cómo y qué llenaron en la planilla: “En el hogar un montón de chicos se acercan como cachorritos. Están como en una vidriera. Eso hace el Estado… algún día nos vamos a dar cuenta todo lo que hacemos y el daño que hacemos. Había una nena si rostro, de a poco se acercó, nos dio besos por todos lados. La nena le dijo que tenía un hermano. Yo sentí, ‘son ellos, son nuestros hijos’. Al taxista le pregunté si conocía donde vivía el juez, y que nos llevara”, relata Victoria.
Ella recuerda que ya había pensado en qué cosas vender para hacer los trámites, pero Pablo no había pensado en tener hijos. Tuvieron que replantearse que es lo que querían: “¿Es algo que tiene que ver con nuestro deseo o con la intención de adoptar? Hay que estar preparados y adelantarnos a lo que pueda pasar, desde la contención. Ellos saben que ese hogar es para siempre y que siempre va a ser su hogar. Nunca nadie los va a dejar”, sostiene.
Y agrega: “Quizás, van a romper todo para saber si después de eso uno los sigue amando, para saber si los seguís eligiendo”.
En cuanto al proceso de adopción, remarca que la Justicia trata de vincular a los niños y niñas con la familia sanguínea, aunque hayan sufrido.
“Es algo terrible, que hay que cambiar -reflexiona-. En Posadas había dos chicos, en la entrevista. Había un nene que ofrecía siempre algo. No estaban inscriptos para adopción, fue en la locura. Aparece David primero, Batista estaba en otra casa, el estado anímico era letal. Siendo que ellos deberían estar bien anímicamente. Hicieron la promesa de buscar a su hermano, para ser una familia”, cuenta Victoria.
En el proceso de adopción, el vínculo con David fue el más determinante. Fue un vínculo muy fuerte el que se generó. Ambos sentían que él los había elegido a ellos y no ellos a él. Su esposo Pablo siempre la sostuvo en todo este proceso.
David les pidió solo una cosa, que también adoptaran a su hermano, y ellos no dudaron ni un segundo, así iba a ser.
Volver a Río Grande dejando a sus hijos que ya habían adoptado con el corazón era muy difícil, necesitaron sortear la burocracia de la adopción. Pidieron permiso en su trabajo y viajaron a Ushuaia donde ya tenían todos los papeles preparados para la adopción.
Además, de la burocracia, se encontraron con intereses particulares de una reconocida abogada de Misiones que ya había separado a los hermanos. Carácter, perseverancia, amor y convicción por luchar por sus hijos y por lo que sentía David por recuperar a su hermano, hicieron que fuesen hasta molestos para el sistema judicial del lugar.
Los medios de comunicación se interesaron por lo que sucedía con estos hermanitos misioneros y un matrimonio gay que luchaba por volver a unirlos y adoptarlos.
La sentencia fue favorable para Victoria, Pablo y los pequeños hermanitos. Sin saberlo ya comenzaban a construir su familia. Naturalmente, y por la felicidad del encuentro de los hermanos el vínculo se hizo más fuerte. Confirmaron que ese era el camino correcto.
Cuando se empezó a elaborar el cupo laboral trans, se empieza a trabajar cuando fue a hablar con el intendente. Victoria trabajaba en Participación Vecinal, como varón podía y como mujer no. Se planteaba el tema de la imagen, pero pensaba, ¿Por qué, si yo soy igual?
Presentó dos proyectos de ordenanza, hablo con la concejal Verónica González. Casa por casa de las chicas y chicos trans empezó la lucha. Todos fueron convocados a una reunión en su casa.
“Tuvimos muchas reuniones, y empiezo a militar. Yo les decía que hay que exponerse porque si nos exponen en las esquinas como no nos vamos a exponer por esto”, recuerda.
La ordenanza se aprobó el día que la operaron de la columna. Le resultó simbólico, como sacarse un peso de encima: Ese miedo de los 16, de salir a la calle y que solo quedara como opción la prostitución.
Cuando tuvo que hablar con su esposo, que lo conoció como hombre fue terrible. Ella mutaba todo el tiempo, no se encontraba y no se conformaba con su cuerpo. Pero tampoco pensaba en una imagen femenina. Tuvo una depresión muy grande, llegaba de trabajar y se acostaba. Sentía que vivía una mentira, no podía hablar. Hasta que un día se cruzaron en el trabajo, ella le dice que lo esperara. Ella lo iba a dejar, porque pensaba que no merecía que lo juzguen por nada. No quería que fusilen a Pablo por una decisión de ella. Por la transición.
Acordaron que cosas no querían para la relación: “mi aspecto era masculino, yo quería que no se me notara, todo copiaba. Pablo respetó y entendió siempre este proceso de cambios que Juan vivía. Eso llevó a Victoria a ser libre de verdad, el apoyo de la persona que amaba”, remarca.
Paso a paso junto a su familia, recibiendo el cariño y aceptación de sus hijos. Luego contarle a su mamá: Volvían a surgir los mismos miedos y necesitaba tomar coraje para sincerarse con su mamá y lo que ella sentía.
“Sufrí con la depilación definitiva y el tratamiento de las hormonas. Pero me dí cuenta de lo privilegiada que fuí por poder acceder a todos esos cambios con buenos profesionales y que no todas las personas trans tienen esa posibilidad. Es terrible lo que hace la sociedad buscando siempre herir al otro, pulsando ese botón rojo gratuitamente y que no muchos se identifican con el dolor ajeno. Realmente deseo que desde mi gestión ayudar ir resolviendo eso de a poco”, dice Victoria.
Recuerda muchas anécdotas divertidas en este proceso de cambios, que también la llevaron a ser quien es hoy. Luchó contra prejuicios, contra la mirada del otro, pero entendiendo eso, que solo es la mirada que construyó otro y respetando eso.
“No siempre fue fácil, muchas veces parecía que no era real lo que estaba sintiendo y que en realidad esa feminidad tal vez era algo que le estaba demostrando a los demás. Con el tiempo entendí que ese cambio no tenía que ser un disfraz que Juan se ponía de vez en cuando, sino que Victoria llegaba para quedarse”, relata.
La libertad se respiraba en su vida, esa libertad real de poder ser quien siempre siento que debía ser y que la llevaba a recorrer un camino de felicidad plena.